En el capítulo de
“Bones” (laSexta) de la semana pasada, el equipo del Jeffersonian investiga el
asesinato de un profesor de Psicología que realizaba inquietantes experimentos
con sus alumnos inspirados en el llevado a cabo por Stanley Milgram, en el que
figuras autoritarias con bata blanca instaban a sujetos a administrar falsas
descargas eléctricas a gente corriente a pesar de los chillidos de protesta y
dolor de estos últimos. Milgran dijo que después de presenciar en sus propios
experimentos a cientos de personas someterse a la autoridad, debía concluir que
el concepto de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal se acerca mucho
más a la verdad de lo que nadie podría imaginar. Alan Wolfe apunta en su ensayo
“La maldad política” que, por muy deficiente que fuera el trabajo de Milgram, la
idea de que la gente “normal” es capaz de infligir un terrible sufrimiento a
otros seres inocentes cuando quien le presiona para que lo haga es una persona
respetada y de autoridad se ha aceptado tan ampliamente que es difícil que nada
consiga eliminarla. El capítulo de “Bones” es un ejemplo de cómo, en palabras de
Leonidas Donskis, una persona “sana y normal” puede convertirse por un tiempo
tanto en un idiota moral como en un psicópata sádico, en alguien que no muestra
empatía ante el sufrimiento de otro ser humano.
Uno de los sospechosos de haber asesinado al profesor, un alumno
psíquicamente destrozado tras descubrir que es capaz de hacer cosas horribles
a otros seres humanos, reconoce que odiaba a su profesor porque le había
obligado a conocerse más profundamente de lo que nunca había imaginado. Y eso
puede darnos una pista acerca de las razones por las que el filósofo Sócrates,
el gran preguntón, fue condenado a muerte en la democrática Atenas. Sócrates
obligaba a los demás a examinarse a sí mismos, y puede que ese examen a veces
arrojara luz sobre zonas oscuras y, otras veces, condujera a un terrible
callejón sin salida tras el desmoronamiento de verdades que hasta ese momento
parecían inamovibles. El profesor de “Bones” fue fríamente descuartizado por una
mujer amante de los pájaros, y no por uno de sus alumnos o una antigua amante, y
Sócrates bebió la cicuta después de que sus conciudadanos amantes, como dijo
Pericles, de la belleza y de la sabiduría aceptaran las acusaciones de impiedad
y corrupción de la juventud. Acabáramos. Una anciana que ama a los pájaros puede
ser capaz de descuartizar a Sócrates.
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