John Harvey Kellogg (el de los cereales para el desayuno de los infelices que gracias a la publicidad creerán que el pan no está hecho con cereales) formó parte del numeroso cuerpo de la policía del sexo que a lo largo de la historia se arrogó del derecho a tutelar la vida ajena. Empeñado en erradicar la masturbación, proponía la circuncisión masculina sin anestesia y la cliterodectomía femenina para que el enorme dolor hiciera que durante toda la vida se rechazara la masturbación. Autotitulado “doctor”, se inspiró en una antigua creencia que afirmaba que determinados alimentos ayudaban a ser feliz para defender que los cereales son una comida estupenda porque reducen el interés sexual de los chicos. Lo cuentan en uno de los capítulos de “Así nos cambió el sexo”, una reveladora serie documental de la que ya hablamos en su día, pero que últimamente nos reencontramos en Canal Historia.
Tras sobrevivir a la sobredosis de moralidad rancia de otra
Semana Santa con una oferta televisiva descaradamente confesional, resulta
edificante recordar alguna de las historias de “Así nos cambió el sexo”. Como
la del financiero de Cincinnati Charles
Keating, uno de los más grandes policías del sexo del siglo XX que en
EE.UU. llegó a ser un renombrado perseguidor de la pornografía (según él, iba
unida a la delincuencia y el comunismo.“¡Toma,
toma!”, como diría Quagmire en
“Padre de familia”). Conocido como “Don Limpio”, se ensañó especialmente con el
magnate del porno Larry Flynt,
logrando que fuera condenado. Pero años después esa condena fue anulada,
mientras que una investigación criminal condenó al gran defensor de los valores
morales por fraude, conspiración y tráfico de influencias: el Gobierno Federal
tuvo que rescatar su banco con tres mil millones de dólares porque liquidó
todos sus préstamos durante una crisis bancaria y 23.000 de sus depositarios
perdieron todos sus ahorros. El banquero criminal y corrupto fue sentenciado a
10 años de prisión. “Por lo visto, hay
problemas mucho más graves que el porno”, concluye el documental. Amén,
hermanos.
El paréntesis de la primera frase es absolutamente brillante.
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