Lo crean o no, la muerte y el sexo están muy relacionados, aunque no en el sentido que supuso el doctor Freud. Biológicamente hablando, son las dos caras de una misma moneda: el reemplazo de los organismos viejos por los jóvenes requiere la creación de nuevos ejemplares, pero también la desaparición de los antiguos. Muy al comienzo de la vida en nuestro planeta la estructura básica de los primeros organismos afrontó un terrible dilema: podrían perpetuarse sin envejecer, en cuyo caso no se reproducirían. O podrían reproducirse, en cuyo caso deberían desaparecer para dejar hueco a tal descendencia. ¿Queréis sexo? Muy bien, pero tendréis que morir. ¿No queréis morir? De acuerdo, pues no tendréis sexo. Al final ganó el sexo, es decir, la muerte como proceso de reemplazo de seres vivos antiguos por los nuevos.
A la biología le importan mucho las especies y muy poco los individuos. Por eso la muerte funciona como una estrategia general, eliminando tanto a aquellos ejemplares que sí tienen reemplazo -la inmensa mayoría- como a aquéllos otros que son irreemplazables -una minoría biológicamente irrelevante-. Si las leyes de la vida atendiesen a cada individuo, entonces moriríamos ejemplares como usted y yo -querido lector, no se ofenda usted-, pero nunca desaparecerían comunicadores como Cifu y Moncho Alpuente, cuyas características personales y mediáticas los convertían en individuos insustituibles, tras cuya muerte quedará un vacío que nadie podrá ocupar. En estos miserables tiempos del Instituto Coca-Cola de la Felicidad, nadie nacerá para ejercer desde la radio y la televisión pública un magisterio tan impresionante sobre una música tan necesaria como el jazz parecido al que hizo Cifu. En los siniestros años del ministro Wert no hay repuesto para un humor -en radio, en canciones, en prensa, en televisión- tierno y ácido la vez, adulto y no juvenil, explosivo en su contenido y contenido en su forma, como el que practicó Moncho Alpuente con su inteligencia desbordada.
Elegimos el sexo. Gracias a él no somos protozoos. El precio es la muerte. El sobreprecio es la pena de que te llame un amigo y te diga que ha muerto Cifu o Moncho Alpuente.
2 comentarios:
Magnífico, me encanto, eres un crack
O podrían reproducirse, en cuyo caso deberían desaparecer para dejar hueco a tal descendencia. ¿Queréis sexo? Muy bien, pero tendréis que morir. ¿No queréis morir? De acuerdo, pues no tendréis sexo. Al final ganó el sexo, es decir, la muerte como proceso de reemplazo de seres vivos antiguos por los nuevos
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