La comediante estadounidense Sarah Silverman dice en “Inside Comedy” (Canal+), un imprescindible programa de entrevistas a los grandes cómicos de Estados Unidos, que nunca hay que tocar las narices a un humorista. Sarah tiene razón, porque hay pocas cosas más peligrosas para un político, un deportista, un banquero, un actor o un cocinero que un humorista cabreado. Pero, desde la alucinante masacre de la semana pasada en la redacción y alrededores de la revista “Charlie Hebdo”, las palabras de Sarah tienen un lado oscuro, un reverso tenebroso. Nunca le toques las narices a Mahoma en particular y la religión en general porque algún chiflado con un arma puede llenarte de plomo.
Un
personaje de la película “El llanero solitario” cree que la empresa más
importante a los ojos de Dios es la unificación de los Estados Unidos a través
de las vías férreas. Prefiero un Dios que ama el ferrocarril a un Profeta que
se enfada porque unos cómicos le caricaturizan. Pero ni el Dios capitalista ni
el Profeta susceptible con su imagen tienen la culpa de que un puñado de
mamarrachos ignorantes decida disparar contra el pianista. Son los hombres,
estúpido, no unos dioses y profetas que, como decía el eslogan de aquella campaña
atea que utilizó como soporte los autobuses de grandes ciudades, probablemente
no existen. Disfruta de la vida, mamarracho ignorante. Probablemente los dioses
no existen y, si existieran, poco les importaría la unificación de los Estados
Unidos a través del ferrocarril y, mucho menos, lo que les sale del lápiz a
unos dibujantes franceses. Contra la desmoralización, el desencanto y el mal
cuerpo que nos ha dejado la barbarie asesina, propongo algo muy sencillo. Esta
noche, recuperemos la confianza en la naturaleza humana viendo juntos el último
capítulo de la primera temporada de “Las chicas Gilmore” en el que nuestra
querida e inolvidable Lorelai sonríe
arropada por mil margaritas amarillas. Ya sé que las margaritas amarillas no
devolverán la vida a los muertos ni solucionarán nuestros problemas, pero harán
que no olvidemos que en el mundo hay algo más que mamarrachos que dedican su
vida a vigilar lo que los cómicos dicen de los dioses y de los profetas. Nunca
le toques las narices a mil margaritas amarillas.
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