Contertulio contertulín. En las mesas finales de “Un tiempo nuevo” participa Ramón Ramoncín. Se hace llamar así. Tiene que añadir Ramón a Ramoncín porque quiere dejar claro que él ya no es Ramoncín. Tiene que añadir Ramoncín a Ramón para que los demás tengamos claro quién es ese Ramón. Necesita huir de un pasado del que necesita no huir. Necesita reivindicar un presente que necesita no reivindicar. En el programa programín de debate debatín que emite Telecinco las noches nochecinas de los sábados sabadinos hay un señor señorín que opina sobre la situación legal de la infanta Cristina Cristinina, sobre la crisis del ébola ebolín y sobre el manicomio catalán. La razón de que él esté ahí es que fue Ramoncín. La razón de que él esté ahí es que ya no es Ramoncín. Contratan a Ramoncín para que el que venga sea Ramón. Oímos hablar a Ramón en contra de lo que hablaría Ramoncín. Otros contertulios acuden a “Un tiempo nuevo” por ser quienes son. Él acude a “Un tiempo nuevo” por no ser quien es.
El famoso psicoanalista alemán Erik Erikson cambió su apellido original “Homberger” por el de “Erikson” -literalmente “hijo de Erik”- para acentuar el carácter proactivo y autodeterminado de su identidad. Erik el hijo de Erik. Ramón Ramoncinson, o, en español mejor, Ramón Ramoncínez. Ramón el hijo de Ramoncín. Ya tenemos en Occidente la picha hecha un lío desde hace cien años con el runrún de quiénes somos y quiénes no somos como para que venga ahora el rey del pollo frito a presentarse ante los demás con un nombre que al mismo tiempo proclama lo que niega, presume de lo que se avergüenza, destaca lo que pretende ocultar. Obligados necesariamente a ser libres y elegir, no podemos consentir la posmoderna impostura de ser y no ser al mismo tiempo. O Ramón o Ramoncín. O un tal José Ramón Márquez cuya opinión no tiene porqué tener la menor relevancia, o un cantantillo de glam punk por cuyas venas, mujer, corren litros de alcohol. A ver si el único farsante farsantín no va a ser Nicolás Nicolasón.
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