Mercedes Milá sigue devorándose desde dentro. Cualquier día veremos cómo su pecho se desgarra y de él surge ella misma, cómo mira a ambos lados, y cómo ese enorme parásito de sí misma en que se ha convertido, le da los últimos bocados a los restos huecos de piel y tegumentos que yacen desparramados por el suelo. Hace años que ante las cámaras no tiene límites, y lo mismo hace publicidad descarada de lo que le sale del bolo (sin insertar el cartel de “publicidad” que la ley manda), que se transforma en telepredicadora visionaria y lanza una filípica venga o no venga a cuento. Dicta, sermonea y exclama a su público, ese público que ella misma amamantó y crió. Pero el otro día ocurrió algo extraño.
Estaba a punto de producirse el
ingreso en prisión de Isabel Pantoja,
cuando dijo esto en la gala de “Gran hermano 15” mientras miraba fijamente a
la cámara y apuntaba apremiante al espectador con el dedo índice: “¡No cuesta nada decirle a Isabel Pantoja
cuando entre por la puerta de esa prisión: "estaremos cerca de su corazón
aunque haya hecho lo que haya hecho"! ¡No cuesta nada! ¡Hay que acordarse
de las personas que lo pasan mal! ¡De todos, porque nunca sabe uno dónde puede
acabar! ¡Nunca!”. Y, es cierto, no hay más que verla a ella para darse
cuenta de que efectivamente nunca sabe uno dónde puede acabar. Rutinariamente,
en medio del sermón el regidor inició los aplausos para arrastrar al público. Y
algo falló.
Viendo lo que estamos viendo en
la calle y aguantando lo que estamos aguantando en los telediarios, no es buena
idea pedir apoyo para una persona condenada por blanqueo de capitales. Y menos
pedir un aplauso justo después de decir “haya
hecho lo que haya hecho”. Ni siquiera su público apoyó a Milá. El reflejo
condicionado de los aplausos automáticos se vio enturbiado por los abucheos de
quienes tenían su propio criterio. Incluso se oyó un “¡Choriza!” que brilló como el Sol. Dentro del pecho de Milá, el
parásito dio un respigo y, durante un instante, dejó de alimentarse.
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