Ebenezer Scrooge no había preparado nada especial para la cena de Nochebuena. De hecho, ni siquiera recordaba que esa noche era 24 de diciembre: a medida que se iba haciendo mayor había ido desarrollando una prodigiosa capacidad para pasear bajo las luces festivas de su ciudad sin reparar en ellas. Se sentó a comer las últimas alubias que quedaban de un potaje, y fue al encender la tele y ver a Ramón García y a Ana Obregón cuando cayó en la cuenta de la fecha que era. Aquél era probablemente el peor especial navideño que jamás hubiera emitido TVE. Nunca se había presenciado un guión más torpe, unos diálogos más chirriantes. Las actuaciones musicales de las estrellas de la cadena daban grima, y las imágenes sólo servían para reflejarse en la inexpresiva cara del anciano que se iba quedando dormido. La noche fue avanzando.
Hasta que de pronto el lúgubre cuartucho se vio inundado por una extraña luz que sacó a Scrooge de su modorra. “Hola, Ebenezer, soy el Espíritu de las Navidades”. “Hombre, no me jodas, ahora que estaba cogiendo el sueñín”. “Vengo a llevarte a....”. “Ya, pero si me lo haces cada Nochebuena... que si las Navidades pasadas, presentes y futuras... Esto no hay quién lo aguante”. El Espíritu quedó algo cortado y ruborizado en su cuerpo espiritual. “Mira”, continuó Scrooge cada vez de peor leche, “si quieres que crea en la Navidad tienes que hacer un milagro, pero un milagro milagro, nada de llevarme a volar por la ciudad, algo brutal que me convenza del carácter mágico de esta noche”. “Como quieras, Ebenezer, mira la pantalla”. Scrooge quedó estupefacto. En efecto, aquello sólo podía tener una explicación sobrenatural: ¡el Gran Wyoming estaba apareciendo en la televisión pública del Partido Popular dentro de un especial de Serrat en el que se había cantado una canción en catalán! Miró varias veces al logo de la cadena para confirmar que se encontraba viendo La 1 y no laSexta, y finalmente cayó genuflexo ante el Espíritu de la Navidad. “Creo, creo, ahora sí que creo”, gemía entre sollozos.
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