No sé... El día que Bertín Osborne hizo los méritos para pasar a ser un comentarista de la actualidad política nacional yo debía de estar inconsciente o abducido o en trance místico. No me enteré en absoluto. A lo mejor fue este verano, que estuve unos días fuera, completamente desconectado de todo lo que pasara en el reino de España. A lo mejor esos días Bertín Osborne dio una conferencia en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre “Encrucijadas económicas ante el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión” que tuvo grandes repercusiones mediáticas. O a lo mejor fue el pasado noviembre. Me pilló una gripe inclemente que me dejó tres días viviendo en una realidad alternativa. A lo mejor fue entonces cuando Bertín Osborne publicó un duro artículo en “Le Figaro” en respuesta al comentado libro de Thomas Piketty, o fundó una asociación de electores llamada “Aplaudamos”, o protagonizó una agria polémica con Pedro Sánchez al titular su próximo disco “Brtn Osbrn”.
Algo así tuvo que pasar. Porque de pronto un día el cantante gaditano empezó a aparecer en montones de programas de opinión, no para hablar de una reedición remasterizada de “Amor mediterráneo” ni de los rumores de su ruptura con Arévalo por insalvables diferencias creativas, sino para opinar sobre la crisis, Podemos, los EREs y el ébola. Primero fue en “Hable con ellas”. Después en “Viajando con Chester” ¡y en “Un tiempo nuevo”!. Y esta semana le hemos contemplado sin entender la lógica de casi nada en “El hormiguero”. Está claro que la política compete a toda la ciudadanía, y que la opinión de Osborne no es menos valiosa que la de otras personas, pero, carajo, si Sandra Barneda, Risto Mejide y Pablo Motos se la preguntan tantas veces justamente a él ha de ser por la existencia de méritos que acreditan su opinión por encima de la de otras personas. Y yo no me he enterado de esos méritos. Lo único que acepto que Bertín pueda decir con más crédito que yo es “buenas noches, señora, recuerdos a su señor”.
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