Todos los días
después de la comida y tras un tiempo dedicado a la lectura y la meditación, el
filósofo Kant salía a dar un paseo siguiendo siempre el mismo recorrido. Kant
cumplía tan puntualísimamente con esta costumbre que, al parecer, algunos de sus
vecinos de Königsberg ajustaban los relojes basándose en la “órbita” del
filósofo. Pues bien, esta noche, como todas las noches de fin de año, los
ciudadanos del Königsberg televisivo ajustaremos nuestros relojes cuando veamos
a Ramón García y compañía sacar a pasear sus lenguas para decir exactamente lo
mismo que han dicho en las últimas cien Nocheviejas, desearnos lo mismo, hacer
las mismas bromas, los mismos comentarios, los mismos guiños y las mismas
instrucciones para que nadie se pierda con los dichosos cuartos. La “órbita” de
Ramón García, en sus diferentes avatares, es tranquilizadora no sólo porque
permite que ajustemos nuestros relojes con los propósitos para el nuevo año que,
por supuesto, incumpliremos puntualísimamente, sino porque también transmite la
sensación de que todo funciona como tiene que funcionar. Pero, ya que en
Nochevieja todos somos kantianos, no estaría mal que el propio Kant se encargara
de comentar las campanadas.
Si en
vez de campanadas hubiera “kantpanadas”, los últimos minutos del año estarían
dedicados a la antropología, la geografía física, la poesía o la filosofía. Las
“kantpanadas” incluirían un repaso a las novedades políticas, económicas y
científicas del año, nadie prestaría atención a la forma de vestir del
presentador, comeríamos las uvas pensando en el imperativo categórico y nuestros
propósitos para el nuevo año no serían apuntarnos a un gimnasio, aprender inglés
o comer más sano, sino obrar de tal manera que podamos desear que la máxima de
nuestra acción se convierta en una ley universal. La Nochevieja kantiana
incluiría una cena con bacalao, puré de guisantes, nabos y salchichas, los
platos favoritos del filósofo, y una agradable tertulia con los invitados, que
serían como mínimo tres (como las Gracias) pero nunca más de nueve (como las
Musas). La órbita de la Nochevieja kantiana concluiría con un brindis por la
humanidad tomada siempre como un fin, y nunca sólo como un medio. Feliz
año.