No me di cuenta. Y ahora estoy aterrado. Terminó “El hormiguero” con Joan Manuel Serrat y fui zapeando casi automáticamente hasta llegar a 13tv. Estaban emitiendo “El cascabel”. Cómo pude ser tan torpe. En ese momento hablaban de la curación de Teresa Romero y estaban poniendo las imágenes que todos vimos de la enfermera dando la rueda de prensa y saliendo del hospital. Tenía que haber tenido más cuidado, pero estaba ya medio dormido. El caso es que el presentador Antonio Jiménez estaba felicitándose por la mejoría de Romero, aunque consideró que las palabras de la ex-enferma en las que se refería a la pésima gestión política de la crisis del ébola no habían sido adecuadas. Un contertulio comentó que tenía razón Ignacio González, el presidente de la Comunidad de Madrid, al no entender porqué tenía que pedir perdón por haber curado a Teresa Romero. Cogí el mando y subí un poco el volumen del televisor. Todo pasó en un segundo. Me picaba la comisura derecha de la boca. Había cenado pizza. A lo mejor tenía algún mínimo resto por ahí. El caso es que me toqué la cara con el guante con el que cojo el mando a distancia para sintonizar 13tv o subir o bajar su volumen.
Inmediatamente me di cuenta de mi error. Había violado el protocolo para mantenerme aislado de tener opiniones falaces y miserables sobre la actualidad política. Corrí a lavarme concienzudamente pero quizá ya fuera tarde. Temo haberme contagiado de cascabelismo, y, transcurridos los días de incubación, empezar a opinar que la curación de Romero es un efecto de la acertada política madrileña de privatización de la sanidad. Sé que Jiménez Losantos dirá que en el pecado llevo la penitencia, pero al menos mi confesión pública impedirá que el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid me acuse de ocultar datos a mis médicos. Me voy a recluir voluntariamente en cuarentena. Estoy confuso. Me siento raro. Empiezo a creer que los informativos de la actual RTVE son más imparciales que los de la etapa de Zapatero.
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