Me temo que el rey Juan Carlos I “El Campechano” perderá su simpático apodo y pasará a la historia como “El Irresponsable”, “El Temerario” o “El Manazas”. Resultó ser un ejemplo nefasto que durante su reinado volviera loca a la Guardia Real a base de romper el protocolo y saltar los cordones de seguridad que levantaban a su alrededor porque deseaba permitir que los plebeyos tocáramos el cielo tocándole a él. Su hijo, Felipe VI, tiene ahora que desligarse de esta pesada herencia y encontrar su propio estilo. Lo veremos hoy mismo, en directo, en la retransmisión del Desfile de la Fiesta Nacional en TVE.
Pongamos la tele y revisemos sus movimientos con lupa. El nuevo
rey hoy no tiene que pasar revista al ejército. Eso es lo de menos. Su misión
va más allá. Debe enseñar a los españoles que los protocolos están para
respetarse, y debe hacerlo siendo él mismo el primero que los acate hasta el
último detalle. Cada uno de sus movimientos debe estar perfectamente
coreografiado, por supuesto, pero antes debe comenzar por ponerse, y sobre todo
—después— quitarse su uniforme de trabajo siguiendo escrupulosamente los pasos
establecidos, que para eso él tiene la suerte de disponer de un traje que no le
va corto de mangas. Los elegantes guantes blancos deben usarse correctamente.
Son para que desde lejos se aprecie que está saludando a la plebe. En ningún
caso deben utilizarse para acercarse a tocar a nadie. Y, menos que nadie, a un
vasallo, a un súbdito, a un siervo, no vaya a ser que después, al quitarse el
traje, se toque la cara y pille cualquier cosa.
Viéndolo en la tele,, Felipe VI es el espejo en el que nos
miramos los españoles. Si él no nos enseña a todos —personal sanitario incluido—
cómo hacer las cosas, ¿quiénes lo van a hacer, los responsables del sistema
sanitario? Qué tontería: estos están ahí para echarle la culpa a otros de lo
que pueda salir mal. Si no quiere riñas, mejor que Felipe abandone el estilo
paterno y respete el protocolo.
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