En la película original de los hermanos Coen, Fargo era un pueblo situado en la frontera de Dakota del Norte y Minnesota. Pero a partir de esa película Fargo empezó a ser muchas más cosas. Se convirtió en un estado de ánimo, en una previsión meteorológica, en ese momento del atardecer en el que alguien hace un chiste con la boca ensangrentada. Tanto se agrandó y se complicó el concepto de Fargo que ha sido necesario que FX encargue a Noah Hawley una serie de diez capítulos de una hora de duración para intentar redefinirlo de nuevo. La emite Canal+ Series desde el pasado domingo, y es sin lugar a dudas una de las grandísimas ficciones televisivas de esta temporada.
“Fargo” (la serie) es “Fargo” (la película) a pesar de no compartir con ella ni personajes, ni trama, ni localizaciones. Fargo (el pueblo en donde transcurría “Fargo” (la película)) sólo aparece en una referencia tangencial en “Fargo” (la serie). No está Frances McDormand, aunque la desconocida y ya queridísima Allison Tolman también es una policía naive y embarazada. No está William H. Macy, aunque el prolífico Martin Freeman -Martin Freeman está alcanzando un grado de ubicuidad sólo conseguido por Morgan Freeman, ¿tendrá algo mágico ese apellido, esas siglas?- lleva el chubasquero de plumas con igual envaramiento. No está Steve Buscemi, aunque Billy Bob Thornton cumple la misma función de recordarnos que en el reino animal no existen los santos, sino que tan sólo existe el desayuno y la cena.
“Fargo” (la serie) sólo comparte con “Fargo” (la película) una rasqueta roja para quitar el hielo del parabrisas del coche y una visión completamente desolada de la naturaleza humana. Es suficiente para acotar un concepto que limita al sur con “True detective”, al norte con Canadá y al oeste con “Breaking bad”. Dentro de diez capítulos Fargo (la serie, la película, el pueblo) nos habrá enseñado que las carreteras heladas en medio de la nieve hacen que todo, tanto el bien como el mal, se vuelva sencillo. Abríguense.
No hay comentarios:
Publicar un comentario