No sé si Tony
Soprano fue asesinado en el último capítulo de “Los Soprano”, en esos segundos
en los que la pantalla se volvió negra tras un corte violento y seco como el
tajo de un verdugo experto, pero lo que sí sé es que lo que diga David Chase, el
creador de la serie, es tan irrelevante como lo que piense el más erudito fan
del “puto maleante gordo de Jersey” o lo que escriba un puto crítico televisivo.
Supongo que Chase está harto de que le pregunten si Tony está muerto o sigue de
parranda con sus amigotes, así que es fácil entender que unas declaraciones
suyas tan ambiguas como aburridas produjeran un terremoto en el universo de los
nostálgicos de “Los Soprano”: ¡Tony está vivo! Lo dijo su creador, luego es
cierto.
Pues
no. Resulta que David Chase no quiso decir que Tony seguía vivo. Es más, Chase
insiste en que la cuestión de si Tony salió vivo del restaurante donde cenaba
con su familia no es relevante. La escena final del último capítulo de “Los
Soprano”, sigue diciendo Chase, plantea una pregunta espiritual que no tiene
respuesta correcta o errónea. Vale. Este puto crítico televisivo insiste en que
la opinión de David Chase es irrelevante hasta cuando dice que la cuestión de si
Tony sigue vivo no es relevante. Lo que me inquieta es que David Chase diga que
la escena final de “Los Soprano” plantea una pregunta “espiritual”, cuando lo
cierto es que la pregunta es tan material como un plato de espaguetis o un
striptease en el “Bada Bing”. ¿Tony está vivo, o fue asesinado delante de su
familia en un restaurante mientras sonaba “Don´t stop believin´” de Journey?
¿Tony sigue sin hacer el bien que quiere, sino el mal que no quiere, como
escribió san Pablo en la Carta a los Romanos, o lo que queda de su cuerpo está
en un cementerio de Nueva Jersey? ¿Tony sigue sin encontrar la felicidad, como
decía Jaime Balmes que les ocurre a todos los que desean elevarse a gran altura
sin reparar en los medios, o está a dos metros bajo tierra? Quién sabe. Qué más
da.
Ya no
se busca a Tony Soprano. Vivo o muerto.
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