La incorporación de Chabelita Pantoja a la industria de la casquería televisiva avanza según el itinerario previsto. Tuvo un inicio explosivo con un embarazo que Telecinco rentabilizó desde el mismo minuto en que la criatura cumplió 18 años y la ley se la sirvió en bandeja dejándola expósita en el torno de “Sálvame”. Actualmente la mantienen contenta y dispuesta a tragar con todo lo que el guión vaya requiriendo dándole a cambio un “trabajo” en un programa de la casa (si admitimos como “trabajo” lo que ella hace en Telecinco, o antes hizo –y volverá a hacer en cuanto lo necesite– su hermano Paquirrín). En el “Sálvame deluxe” del viernes, su joven marido cumplió con su parte del contrato llamando en directo a su amante, que está encantada de verse en el plató, en el negocio y en el reparto. Seguro que es filóloga (por lo menos), como la chica de gorra que sale en la gasolinera de aquel vídeo de Tito MC.
Pero no podemos consentir que esta puesta en escena de la habitual
coreografía de amores y desamores, engaños y desengaños, rupturas y
reconciliaciones, haya dado una vuelta más a la caja registradora sepultando el
gran trabajo que hizo la semana pasada otro joven aspirante a vivir del cuento.
Julián Contreras, hijo de Carmina Ordóñez lo hizo la semana
pasada requetebién. Como un profesional. Se prestó a hacer todo lo que
esperaban de él. Se quejó de lo dura que es su vida, se lamentó, se desesperó,
se derrumbó en directo. Repartió juego, encajó los golpes, se dejó hacer. Y habló
de su madre, de sus problemas, de su suicidio. Incluso echó unas lágrimas muy
oportunas para que Wyoming tenga
nuevo material para renovar sus vídeos manipulados en “El intermedio”.
Durante la semana pasada, Telecinco habló del chavalote en
sus programas, pero corre el peligro de que lo olviden y Chabelita se lo coma
todo. Te lo debería decir tu agente: tu birriosa vida es un buen comienzo, pero
te hace falta algo más: hijos ilegítimos, amantes traicionadas y conflictos
personales de largo recorrido. Me vas a perdonar lo que te voy a decir, pero es
que lo estás poniendo demasiado fácil: ¡que no te enteras, Contreras!
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