Supongo que no
destripo nada si digo que la reina Isabel de Castilla muere en la tercera
temporada de “Isabel” (TVE-1). Y espero que la última temporada de esta
estupenda serie no despierte de nuevo a los demonios de la exactitud histérica,
perdón, histórica. Como dice Julio Montero, una película o una serie histórica
no tienen más remedio que decir la verdad mintiendo un poquito. “Isabel” no es
una reproducción exacta de los hechos (los viajes de Colón, el atentado contra
el rey Fernando en Barcelona, las intrigas en el Vaticano), sino un intento de
explicar unos acontecimientos más o menos conocidos con una inevitable
estructura dramática. Quizás lo que más rechina de “Isabel” sea también lo que
más rechina en series como “Friends” o “Big Bang”: los personajes de las
telecomedias siempre están haciendo chistes mientras toman café o ven “La guerra
de las galaxias”, y los personajes de las series históricas siempre están muy
serios mientras hablan de política y toman tremendas decisiones.
Si
perdonamos a los chicos de “Friends” que pasen casi todo su tiempo sentados en
un sofá y a los chicos de “Big Bang” que dediquen mucho más tiempo a reunirse en
casa de Sheldon que a la universidad, tendremos que perdonar también a Isabel y
Fernando que dediquen todo su tiempo a preparar un tratado con Francia. La vida
de unos físicos no es una sucesión de chistes y la vida de unos reyes no es una
continua reunión política. Pero así funcionan los códigos de la comedia y de la
dramatización histórica. ¿Aprendemos historia viendo un capítulo de “Isabel”?
Por supuesto. Nadie escucha la canción “Rasputín” de Boney M. para estudiar
historia rusa, del mismo modo que la mítica “Waterloo” de Abba no es una lección
histórica sobre Napoleón. Sin embargo, es posible aprender algo de filosofía
presocrática escuchando “Anaximandro de Mileto” de Inkordio. Es decir, no es lo
mismo la película “Cristóbal Colón, de oficio… descubridor”, que la serie
“Isabel”. La intención de los guionistas de “Isabel” está muy cerca del esfuerzo
de Inkordio para acercarnos a la filosofía de Anaximandro. Y en “Isabel”,
además, sale el gran Eusebio Poncela interpretando a Cisneros, un personaje que
nunca podría ser interpretado por Andrés Pajares ni podría inspirar una canción
de Boney M. Como Anaximandro de Mileto, vamos.
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