Hola, Pablo Motos, ¿qué tal? No, no te extrañes. Comprendo que te tiene que parecer muy raro que nos hayamos juntado todos tus espectadores de “El hormiguero” y hayamos venido a hablar contigo. Vamos a decir que esto es una “intervencion”. Es por tu bien, en serio, te queremos. Siéntate. El programa que haces es bueno, de verdad, tiene secciones muy bien hechas y hay momentos verdaderamente divertidos. Todo lo de la ciencia está muy bien, y las cosas del Hombre de Negro, y la magia... Los juegos que hacen Trancas y Barrancas con los invitados... Hombre, no eres el mejor entrevistador del mundo, pero si sólo fuera ése el problema no habríamos venido todos hasta aquí. Que no te parezca mal. Tómalo como una crítica constructiva. Escucha con atención: tienes que abandonar el bailecito superpijo con el que entras todos los días al programa. No es discutible. No es negociable. No es opinable. Ya sé que a ti te parece superguay y que te encanta verte luego. Pero no. Mira detrás de mí. Mira cómo asienten los millones de espectadores que han venido conmigo. No le gusta a absolutamente nadie.
El primer día... bueno, pasó. El segundo... ayyy. Pero a partir del tercero cada arranque de “El hormiguero” añade dimensiones inusitadas a la sensación de grima. Este horror tiene que parar. Tenemos pesadillas. Ese pasito para alante, pasito para atrás... Esa vueltita sobre el pie izquierdo... Ese besito en la calva del tío que baila a tu lado... No. No. Nunca más. Haznos caso. No es nada personal. Nos caes muy bien y siempre que compites con algún invitado en algún juego queremos que ganes tú. Como quieres tú. Pero justamente porque te queremos, sentíamos que teníamos que decírtelo. No sabíamos cómo y yo me ofrecí a encabezar esta intervención. No niegues con la cabeza. No te obceques, Pablo. Lo del bailecito tiene que terminar. También pensabas que molaba sacar la guitarra y poner al invitado a cantar contigo, y mira cómo ha mejorado el programa desde que no lo haces.
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