Ay, que Mercedes Milá está perdiendo olfato televisivo. Ay, que ya no tiene aquella endiablada habilidad que tenía. Ay, que ya no es capaz de alimentar como debe al monstruo audiovisual que ella creó y ahora corre el peligro de que la sepulte cayéndosele encima. Ay, ay, ay, que la Milá se nos hace mayor.
Como en el estreno de cualquier reality, “GH15” intentó una salida explosiva atizando desde el
primer día la caldera del programa con diferentes trucos, a la espera de que
entre todos caldearan el ambiente y alguno tuviera la fortuna de provocar un
gran incendio que arrasara los índices de audiencia. Pues algo va mal.
Esta vez, doña Mercedes ha intentado animar el cotarro invitando
a varios famosetes de la cadena a visitar la casa de Guadalix de la Sierra,
evidenciando con un test la ignorancia de los concursantes pasándoles un
cuestionario básico de cultura general, o incluyendo entre los concursantes
iniciales a una cabra y una gallina. También entró en la casa una chica
musulmana para que hacer el papel de mojigata que no puede besar a un hombre
sin casarse (¿era necesario que la chica fuera musulmana cuando en la España nacional
católica de anteayer esta era una verdad que se enseñaba en las escuelas? Sí:
la chica también sirvió para revolucionar las redes sociales porque tenía una
foto en Twitter en la que degollaba un cordero). Pero entre uno y otro, Milá
dejó pasar lo que debería haber sido el mayor golpe de efecto del programa: su
propia entrada en la casa como concursante. Aleluya: el verbo se hizo mujer y
habitó entre nosotros. Mercede Milá investida de una doble naturaleza, divina y
mortal; diosa eterna y, a la vez, mujer pecadora. La suma hacedora,
inteligencia omnisciente ajena al tiempo que fue, es y será, encarnada en
humilde sierva, en hija de Eva, en carne mortal. Una revolución teológica capaz
de hacer temblar al Dios de las televisiones que se deshizo en humo: tras
dormir la primera noche, la Hija de la Madre ascendió a los cielos sin haber
obrado ningún milagro ni dejar sucesor.