A “Luces de la ciudad” de Charles Chaplin le ocurre lo mismo que a “Dafne y Apolo” de Bernini o que a “Graceland” de Paul Simon. Uno puede exponerse a la experiencia directa de escuchar el disco del neoyorquino y disfrutar como un animal freudiano sin necesidad de conocer las tripas de su propuesta musical; o puede acercarse a la grabación entendiendo el experimento que supone, al unir ritmos sudafricanos con estilos del gran cancionero popular norteamericano, recorriendo un Mississippi transfigurado que pasa por Memphis y desemboca en Ciudad del Cabo. También uno puede estudiar el mito de Apolo y Dafne, conocer la historia del dios enamorado de la ninfa que prefiere convertirse en árbol antes de ser capturada y haber leído sobre el pulso entre la castidad y la lujuria que esculpe Bernini como forma de disfrutar de esta obra; o puede cerrar los ojos completamente ignorante, permitir ser guiado por alguien sabio hasta la sala de la romana galería Borghese donde se expone, abrirlos y dejarse arrollar, perder el aliento por la sacudida de belleza que propina la estatua menos inmóvil de la historia.
Es lo que tienen las grandísimas obras de arte. Nadie sabe hasta qué punto Chaplin era consciente de que con “Luces de la ciudad” estaba filmando el primer gran análisis cinematográfico de la vida en la ciudad moderna, ese nuevo escenario que altera para siempre el psiquismo del hombre, y que está compuesto de anonimato y falta de identidad, de azar y de soledad. El vagabundo, la florista ciega y el millonario borracho ven sin ser vistos, son vistos sin ver, se encuentran y desencuentran en cruces casuales que cambian sus vidas, y están los tres terriblemente solos. Pero no es necesario conocer nada de eso para caer fascinado por una película que desborda belleza en cada plano y que tiene sin duda el final más conmovedor de la historia del cine.
“Luces de la ciudad” se está emitiendo estas semanas en TCM. Sea por su lúcida disección de los tiempos modernos o por su lirismo químicamente puro, es una obra maestra de inexcusable visión.
En "The shawshank redemption" ("Cadena perpetua", en España), Andy Dufresne (Tim Robbins) se rebela frente al alcaide y los guardianes y, usando la emisora del presidio, permite que todos los reclusos escuchen "Le nozze di Figaro", de Mozart.
ResponderEliminarLa voz en off de Red (Morgan Freeman sirve de contrapunto con su explicación:
"No tengo ni la más remota idea de que demonios cantaban aquellas dos italianas, y lo cierto es que no quiero saberlo. Las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y, precisamente por eso, te hacía palpitar el corazón. Os aseguro que esas voces te elevaban más alto y más lejos de lo que nadie, viviendo en un lugar tan gris, pudiera soñar. Fue como si un hermoso pájaro hubiese entrado en nuestra monótona jaula y hubiese disuelto aquellos muros. Y por unos breves instantes hasta el último hombre de Shawshank se sintió libre".
La escena, en el enlace adjunto:
https://www.youtube.com/watch?v=23nnJij_yc4
Gracias Antonio Rico
Estupendo artículo con el que estoy totalmente de acuerdo. Y los cuatro ejemplos que se citan, son excelentes.
ResponderEliminarEstás son de las buenas,este tipo de columnas, menos graciosas, desde luego, pero al menos, yo, siento un derroche por vuestra parte, y una magnífica muestra de vuestro potencial; lo cual que la línea que más me "presta"a mí, de vuestra creatividad ¡Qué decir! Sin palabras...Magnífico, sublime...@racazasca
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