Estos días, por primera vez en la historia, una cadena de televisión norteamericana está emitiendo en directo los encierros de san Fermín. Es una cadena que llega nada menos que a 75 millones de hogares estadounidenses. Muchísimos, pero pocos si los comparamos con los cientos de millones de espectadores de decenas de países que ven “Los Simpson”. En la última temporada, la famosa escena inicial del sofá se transformó en una alocada carrera de la familia amarilla perseguida por una manada de toros-sofá que en EE.UU. pudieron ver en primavera y aquí estrenó Antena 3 el pasado lunes de san Fermín. Los elementos de la fiesta se han reducido a lo esencial: la ropa que la tradición manda para correr el encierro, toros (sofás) sueltos, calles empedradas, ritmo frenético, curvas cerradas y, para que todo el mundo lo pille, un cartel de “Pamplona” en un local que pone “Tapas”.
La promoción de la fiesta va estupendamente. Las
retransmisiones en directo de TVE tienen más espectadores que nunca y cada vez
más hay más turistas en Pamplona. Incluso tenemos un herido norteamericano en
un encierro que cumple tan bien como uno autóctono porque produce informes
hospitalarios llenos de esos tecnicismos médicos que tanto mola leer por la
tele mientras se repiten una y otra y otra vez las imágenes del encierro del
día.
Pues ya está. Que, en lo sucesivo, sean los turistas los que
corran, pongan la emoción, el riesgo y los heridos. Que disfruten ellos de la
profunda conmoción y la inmensa calidad plástica de las imágenes que
proporciona una horda corriendo despavorida. En la España que estamos
construyendo, lo que a nosotros nos queda es ser los camareros que servimos las
tapas y kalimotxos en las barracas a las peñas de mozos americanos que vienen a
España gordos y sanos: americanos, os recibimos con alegría, olé mi madre, olé
mi suegra y olé mi tía, ¿qué desean los señores?
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