Los años que hay elecciones europeas no debería haber Festival de Eurovisión. O, al menos, debería cuidarse que la campaña electoral no se inicie durante los días en los que se está celebrando el Festival de Eurovisión. Puede causar cierta confusión entre la ciudadanía, provocando que, por ejemplo, un espectador quiera votar a Vox para las elecciones europeas, se haga un lío, y termine votando a la canción armenia. O al revés: pudiera ser que un español se sienta conmovido por la canción rusa de las hermanas Tolmachevy, y al ir a votar por ellas cambie un par de dígitos en el número de teléfono y su voto termine computándose en la cuenta del Partido Animalista PACMA, cuya candidata Laura Duarte aparece en el cartel electoral acariciando a un perrín muy mono y no en una piscina con pirañinas o rodeada por una anacondina -un momento, ¿en las elecciones europeas se vota llamando por teléfono? ¿en Eurovisión se vota depositando una papeleta en un colegio electoral? ¿ven cómo es un follón?-.
El problema no es que Europa sea ante todo un concurso de canciones. El problema es que Europa es ante todo este concurso de canciones. Éste, aquél cuyas semifinales estamos viendo estos días en La 2. Crea más euroescépticos la canción islandesa interpretada por el grupo Pollapönk (¿ese nombre era necesario, no había otro?) que las declaraciones de Elena Valenciano asegurando que para ella han sido lo mismo Jesucristo, el Che Guevara y Felipe González. Hay más motivos para salirse del euro y formar una alianza monetaria y política con la polinesia malaya en la canción que representa a Estonia que en tres tristes troikas que pueda encabezar el Partido Popular Europeo. La final del Festival de Eurovisión se celebrará mañana sábado, mientras que la campaña electoral ha comenzado hoy viernes. Yo sólo votaría por Cañete si le viéramos en el escenario de la isla de Refshaleoen -la “o” con una rayita de ésas diagonales que usan los escandinavos, es que no la encuentro en mi teclado- cantando “Dancing in the rain”. Bueno, no, ni así.
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