Cuando Patricia Conde aceptó trabajar para Mediaset debería haberse limitado a presentar una birria de programa, fracasar y a otra cosa, mariposa. Pero no: además de presentar la noche de los jueves en Cuatro esa birria de “Ciento y la madre”, aceptó realizar una desagradable promoción de lanzamiento del producto consistente en tirar a la cara de los espectadores las vísceras y colgajos que se esconden en las tripas de la televisión.
Desde semanas antes del estreno, Mediaset fue presentando el
fichaje de la ex “Sé lo que hicisteis” con un goteo de noticias en las que insistían
en que no pasaba nada por haber criticado, ridiculizado o incluso humillado en
su día a Mermelada. Ella es solo una
chica mona que lee lo que le mandan y se ríe cuando le indican. Y si le pagaban
por darle caña a Mermelada, pues se la daba. Esto es un curro, tíos; hacemos lo
que nos manden con tal de mantener abierto el negocio. Sí, vale, todos lo
sabemos, pero preferimos que no nos lo restrieguen por la cara. El encuentro de
Conde y Jorge Javier Vázquez en el estreno de “Ciento y la madre” fue la guinda
perfecta de colgajo intestinal forzado y sobón que preferiríamos no haber visto
nunca.
Es más, nos gusta pensar lo contario. Nos gusta creer que en
la tele aún queda sitio para la honestidad. Y que, aunque el medio no es nada
sin guionistas, los presentadores no son simples bustos parlantes. Cuando Buenafuente dice en “En el aire” de
laSexta un chiste y añade cómplice “Este
es mío”, este guiño hace de él un tipo cercano con el que podríamos estar
charlando en un bar. Y cuando, tras un chiste, no añade “Este es mío”, no importa, porque asume, para bien y para mal, lo
que está diciendo y lo hace suyo. Por eso Buenafuente es uno de los nuestros.
Así que no es que Patricia Conde presente una birria de
programa que va a durar dos días. Es que ha tirado por la borda su imagen de
chica gamberra y alocada que ya no se cree nadie.
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