Lo dejó escrito Gabriel Celaya, y, por tanto, tiene que ser cierto: las estatuas de mármol no están quietas, se mueven con el paso de los siglos. En bajar sus párpados pesados tardan más de mil años. Más de mil cuatrocientos en abrir una mano. De igual manera estoy seguro de que algún detalle cambia cada vez que Antena 3 repone la mañana de los sábados el “Tu cara me suena” de la noche de los jueves. Los grabo, los comparo píxel a píxel y siempre encuentro algún movimiento de un dedo de Manel Fuentes que no estaba en el original, un carraspeo subliminal, un pie que se apoya en el suelo con otro ángulo.
Las reposiciones de los capítulos de “Castle” en Cuatro también caminan como buzos por el fondo del silencio. Beckett mira con admiración disimulada a Castle, pero en la siguiente reposición pocas semanas después la admiración está teñida de un ay de deseo que no aparecía la vez anterior. Es un cambio sutil, como el que podría notar usted en este mismo texto si lo vuelve a leer nada más terminarlo. Y lo mismo ocurre con “Los Simpsons”: la huella de Homer en el sofá, un grado de diferencia en la inclinación del cuadro de la salita en cada reposición. Quizá hagan falta millones de reemisiones para que cambie por completo el argumento o la resolución de un capítulo, pero terminará ocurriendo. Si contamos con el tiempo suficiente todo, incluso lo imposible, termina ocurriendo.
Nada se repite, nada está quieto ni existen las reposiciones exactas. Todo está vivo, incluso lo muerto, aunque con frecuencia su vitalidad sea tan leve, tan ralentizada que pasa inadvertida a nuestras vidas fugaces como un temblor de un agua muy subterránea. Quizá hagan falta milenios para poder percibir el cambio que reside en todo, lo errado de la distinción entre lo orgánico y lo inorgánico. Todo está vivo, incluso los muertos, esos muertos egoístas, que nos hacen llorar y no les importa, que parece que se quedan quietos en los lugares más inconvenientes, insensibles, distantes, tercos, fríos, y que, sobre todo, no tenemos forma de matar -también lo dejó escrito Ángel González, y, por tanto, también tiene que ser cierto-.
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