Eugenio Trías cuenta en “De cine”, uno de sus deslumbrantes ensayos sobre el
séptimo arte, que Orson Welles reprochaba al director italiano Michelangelo
Antonioni que recorriese con la cámara todo el largo periplo que conduce a un
viandante, a través de una acera, desde el punto A al punto B, en un inútil
consumo de tiempo. Según Welles, no había necesidad de cansar al espectador con
ese previsible desarrollo. ¿Qué cosas podrían suceder en ese trayecto del punto
A al punto B? A mí, la verdad, se me ocurren unas cuantas, desde que el peatón
se caiga en un pozo por caminar distraído mirando las estrellas, como le sucedió
a Tales de Mileto, a tropezarse de repente con el amor de su vida, como les
sucedió a los protagonistas de “Un día en Nueva York”. En todo caso, el reproche
de Orson Welles puede entenderse en una película de Antonioni, pero no en una
serie documental como “El Nilo de Joanna Lumley” (La 2).
¿Por qué mostrar al
espectador el largo periplo que conduce desde la desembocadura del Nilo en el
mar Mediterráneo al nacimiento del río en Ruanda? Porque eso es, precisamente,
el Nilo. De Egipto a Ruanda, de las pirámides de la llanura de Guiza al remoto
nacimiento del Nilo descubierto por Cam McLeay en 2006, pasan muchas cosas,
mucha historia, muchos países, muchas culturas y muchas ciudades con nombres que
evocan otros mundos. Entiendo la fascinación por el punto A (la imponente
presencia de la pirámide de Keops, el aroma inigualable de Alejandría) y la
magia del punto B (el recuerdo de todos los exploradores y aventureros que
durante siglos buscaron, y a veces creyeron encontrar, las fuentes del Nilo),
pero nada puede igualar la fascinación y la magia de esa inmensa acera que es el
río Nilo a través de Egipto, Sudán, Etiopía, Uganda y Ruanda. Joanna Lumley,
siempre impecable, bella y fresca, viaja por la acera del Nilo en barco, en
ferry, en avión, en mula, en camello, en coche, en lancha y a pie. Viajar por el
Nilo no es ir de A a B, del mismo modo que el viaje de Ulises fue mucho más que
navegar de Troya a Ítaca. ¿Le apetece convertirse en un peatón que, como Joanna,
viaja por la acera del Nilo? No haga caso a Orson Welles. Nos vemos en
Jartum.
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