Estaría bien que, por un día, Telecinco intercambiara la porquería que emite por la tarde por la que emite de madrugada. Anteayer, por ejemplo. Imagínense: a las tantas, la jauría humana de “Sálvame” pasa por un aro de fuego; y, por la tarde, en horario infantil, “Los ojos de Belén”, un espacio en el que hace de reportera una señora semianalfabeta que donó en vida su cuerpo al lado oscuro de la ciencia médica para la experimentación quirúrgica y toxicológica a calzón quitado.
Seguramente no ganarían audiencia, pero tampoco la
perderían: sus incondicionales hozan en la telebasura sin reparar en horarios.
Pero se produciría un efecto curioso: al llegar del cole, los niños no
encontrarían a sus padres viendo el universo incomprensible y hostil de
“Sálvame”, sino a Belén Esteban
haciendo el ridículo en una lamentable “investigación”
sobre fenómenos paranormales.
Los seguidores de “La
pringosa del pueblo” no se darán cuenta porque están habituados al
producto, pero sus hijos podrían echar un ojo al llegan del cole y señalar lo
mal que lo pasaría en segundo de ESO una señora que para manifestar su
nerviosismo dice “Me late el corazón” (claro, como a todos), hace frases sin
verbo (“¡Qué frío aquí!”), no apea el laísmo (“Hay algo que no la gusta”),
balbucea “¿Qué significa ‘antromorfas’?”
cuando le dicen que verán unas tumbas antropomorfas, escucha boquiabierta
(literalmente) las tontorronas historias paranormales que le cuentan por muy
ridículas que sean (“Cuando Íker Jiménez vio esta foto dijo ‘No
tiene explicación, pero está ahí’ ”. ¡Menudo “experto” el Fríker!),
estropea el clima de misterio paranormal propio de estos timos diciendo “¿Estás ahí, Araceli?” como si no
tuviera cobertura en el móvil, y lo remata manifestando su miedo con toda la
cutrez de quien no sabe hablar de otra
manera (“Yo me cago, tía”).
El único riesgo que se correría con este cambio es que los
hijos, en vez de denunciar la impostura de “Los ojos de Belén”, dijeran: “Mamá, qué rollo estudiar, quiero currar en
lo mismo que esa tía”.
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