Lo van a conseguir. Lograron que viéramos las películas de Bob Hope, un cómico
que sólo entienden los norteamericanos. También lograron que confundiéramos la
felicidad con la Coca-Cola, que nos parezca raro que los Alcántara no celebren
Halloween en algún capítulo de “Cuéntame cómo pasó”, que creamos que el himno de
los Estados Unidos de América es también el himno de los Juegos Olímpicos, que
identifiquemos democracia con bipartidismo, que estemos convencidos de que “sí,
se puede” es la fórmula mágica para lograr cualquier objetivo, que las imágenes
de un tornado llevándose por delante una casita de madera sean como de la
familia y, glup, estoy seguro de que pronto dudaremos si los Beatles eran cuatro
chicos de Liverpool o cuatro chavaletes de Seattle. Sí, lo van a conseguir. Van
a conseguir que nos guste el fútbol americano.
Las cifras de la XLVIII
edición de la Super Bowl (Canal+), el partido final del principal campeonato
profesional de fútbol americano, son apabullantes. Un minuto de publicidad en el
descanso de la Super Bowl es más caro que un kilo de Neymar. Cientos de millones
de espectadores en todo el mundo estuvieron pendientes del partido entre Seattle
Seahawks y Denver Broncos. Como bien sabe Leonard Hofstadter, un partido de
fútbol americano dura un siglo. Puede que más. Y es incomprensible. No es
misterioso, es incomprensible. Absolutamente incomprensible. Así, hay la misma
diferencia entre un norteamericano y un europeo viendo la Super Bowl que entre
un neurocirujano profesional y un neurocirujano aficionado. Pero lo van a
conseguir. Como dice Jared Diamond, ¡ay de la planta cuyo programa genético no
se adecue a la latitud del terreno en el que ha sido sembrada! Un granjero
canadiense sería un insensato si decidiera plantar una variedad de maíz adaptada
a desarrollarse en México. Las plantas de baja latitud se adaptan
deficientemente a las condiciones de latitudes altas, y viceversa; pero los
norteamericanos han conseguido que la Super Bowl, un espectáculo cuyo programa
genético no se adecua al gusto europeo, no sólo no se muera en estas latitudes
antes de haber producido una sola mazorca de maíz maduro, sino que cada vez
alimente más madrugadas televisivas.
Lo van a conseguir. Los Beatles eran de
Seattle y la Super Bowl es emocionante.
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