No queremos la verdad, queremos mentiras agradables. Por eso no nos quejamos cuando la tele miente, nos quejamos cuando la tele cuenta otras mentiras en lugar de las nuestras. Nuestros lamentos por las falsedades televisivas no buscan que la tele muestre las cosas tal y como son, buscan que muestre las cosas tal y como nosotros las imaginamos. Eso nos resulta reconfortante porque así los demás se creerán nuestras mentiras y a nosotros nos resultará más fácil seguir viviendo engañados y felices.
La noche del martes, Telecinco, Divinity, Energy, FDF,
LaSiete y Nueve estrenaron por saturación la serie “El Príncipe”, ambientada en
la comisaría del barrio ceutí de El Príncipe. Nadie se queja de que en solo dos
días de lo que debería ser el trabajo rutinario en una comisaría de barrio se
concentraran tal cantidad de acontecimientos sumamente emocionantes, tanto
desde el punto de vista laboral como personal, como los que muestra la serie.
Nadie señala lo artificioso que resulta que coincidan tantos personajes que
encajan con los habituales arquetipos del género, pero que no se corresponden
con la vida real, más diversa, anodina y gris. Nadie pone el grito en el cielo
porque todos los cálculos de probabilidades salten por los aires al ver el
increíble porcentaje de hombres increíblemente guapos y mujeres increíblemente
guapas que existe entre los personajes protagonistas de la serie, anomalía
estadística que desaparece si nos fijamos en los figurantes: esos ya no parecen
surgidos de un casting en el que antes
que nada se pidió a los actores y actrices que fueran increíblemente guapos y
guapas.
Andan los ceutíes preocupados porque la serie retrata una
ciudad degradada y peligrosa. No gusta que un personaje diga que el barrio de
El Príncipe está lleno de hijos de puta. Pero nadie se queja de que una actriz
guapísima le diga a un actor guapísimo que si no entiende una mirada tampoco
entenderá un largo discurso. Será que allí, como en todas partes, es más fácil
encontrar románticas historias de amor imposible entre guapísimos y guapísimas que
cruzarte por la calle con un hijo de puta.
Leerte es glucosa directa al cerebro. Expresas deliciosamente lo que muchos pensamos del panorama actual de la televisión. Que no decaiga.
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