(¡Atención, spoilers!) En el potente último capítulo de la primera parte de la cuarta temporada de “The
Walking Dead”, Michonne atraviesa con su espada al Gobernador cuando el malvado
y maquiavélico ex líder de Woodbury estaba a punto de matar a Rick Grimes y,
después, Lilly lo remata disparándole en la cabeza. No seré yo quien llore por
la muerte del Gobernador, pero creo que todos echaremos de menos su encanto y su
capacidad para engatusar a muchos durante mucho tiempo. Admito que llegué a
creer que el Gobernador había cambiado, que había aprendido la lección, que
había entendido el valor de la piedad y del perdón, que se arrepentía de sus
errores, que lamentaba el daño que hizo a tanta gente. Lo reconozco. Llegué a
pensar que el Gobernador había malinterpretado la “República” de Platón y ahora
estaba dispuesto a dejar de considerarse El Gobernador, es decir, El Filósofo,
el único digno de dirigir una comunidad asediada por los zombis. Me
equivoqué.
El Gobernador de “The Walking Dead”. Kay Proctor, el frío y
sinuoso ex amish que hace y deshace en “Banshee” y Mr. Rabbit, el despiadado
mafioso ucraniano de la misma serie. Mickey Donovan, tan encantador como fiero y
vengativo, empeñado en hacer la vida imposible a su hijo Ray en “Ray Donovan”.
Enoch "Nucky" Thompson en “Boardwalk Empire”, claro. Son los malos. Pero en la
película “Los últimos días” (Canal+) no hay tipos como El Gobernador, Kay
Proctor, Mr. Rabbit, Mickey Donovan o “Nucky” Thompson y, sin embargo, un miedo
irracional a los espacios abiertos convierte a muchos hombres en bestias. La
lección de “Los últimos días” es que no hace falta que el mundo esté lleno de
zombis para que los hombres saquen lo peor de sí mismos. Basta un pánico
irracional. Una ciudad sin más ley que la violencia. Una bárbara amoralidad. Una
confianza ciega en la capacidad de la corrupción para engañar a los ojos poco
educados. Los zombis son lo de menos. Son los hombres, estúpido.
Ya está aquí
la Navidad, así que es el momento de ver de nuevo “¡Qué bello es vivir!”
sentados en el sofá con la sonrisa puesta; pero, como diría Glenn Ford en “Los
sobornados”, ni Frank Capra podrá plantar bastantes flores en Bedford Falls para
matar el hedor del cadáver del Gobernador, ese hombre en el que usted y yo
llegamos a confiar.
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