“Usted lo que tiene es desafección por la Navidad”, me dijo el camarero tras mi gesto de hartazgo al ver que el bar en el que habitualmente me siento mejor que en casa se había convertido en una sucursal de Papanoelandia. No supe qué contestar, así que contesté que dejara de decir pijadas. Qué desafección ni desafección. Lo que tengo es una sensación de unidad entre la ética y la estética, un mínimo gusto que me hace sentir un máximo disgusto ante cada una de las imágenes y tradiciones que tienen que ver con la degeneración religiosa del solsticio de invierno. “Lo que yo le diga, ‘desafección’. ¿No dicen en la tele que la ciudadanía siente desafección hacia la clase política? ¿No se queja Rajoy de la desafección de algunos catalanes hacia España? Pues usted tiene desafección hacia la Navidad”. Me sumí en mis meditaciones.
Un viejo amigo, cuya principal motivación en la vida ha sido sofisticar hasta extremos artísticos su capacidad para irritar a todos los que le rodean, cada vez que va a coger un avión se refiere al “despegue” como “desterrizaje” y al “aterrizaje” como “apegue”. “El avión va a desterrizar”, “ya falta poco para que apeguemos”. Puede resultar ridículo, pero al cabo de varios ensayos uno termina viéndole más sentido al “desterrizaje” y al “apegue” que a la desafección. Se puede sentir o no sentir afectos, pero referirse a la falta de sentimientos de afecto como un sentimiento de desafecto sólo se comprende en el contexto de una cultura obsesionada por sentir, por sentir lo que sea, aunque sea sentir un no sentimiento, verse afectado por una desafección. Entiéndase, por fin: yo no siento desafección por los especiales de Navidad de “Tu cara me suena”, “Ahora caigo” o “La hora de Sandro Rey”; no tengo falta de afectos hacia la lotería de Navidad, el anuncio de la lotería de Navidad y el making of del anuncio de la lotería de Navidad. Lo que a mí me pasa es que todas estas cosas me tocan mucho los huevos, que es muy diferente. Les cedo la desafección a cierta parte de la ciudadanía y a cierta parte de los catalanes. Bajo a tomar una caña.
Totalmente identificado, Antonio. Basta ya, hombre, basta ya de tonterías, que ya somos mayorcitos... Enhorabuena por el artóculo, brother.
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