La última ficción televisiva ha tenido a bien ofrecernos estupendos modelos del
mal. Abundan los personajes malos, pero malos fascinantes, no malotes, ni
chiflados, ni aprendices de psicópatas. Buenos malos. Fernando Savater distingue
en “Malos y malditos” entre los que son malos porque quieren serlo (el profesor
Moriarty, por ejemplo) y los que quieren ser buenos pero acaban haciendo daño
porque los demás no les ayudan, les rechazan o no les entienden (el monstruo de
Frankenstein, por ejemplo). Los malditos tienen más matices, pero los malos nos
atraen más. A los buenos todo el mundo les quiere, así que pasaremos de ellos.
Perdón.
En la brutal “Banshee” (Canal+) los espectadores nos ponemos de
parte de un maldito como Lucas Hood, un criminal que termina ejerciendo como
sheriff, pero no podemos apartar la mirada del malo Kai Proctor ni, mucho menos,
del malísimo y despiadado Mr. Rabbit (interpretado por Ben Cross). La serie
“Rehenes” (TNT) no da tregua al espectador ni a la familia de la doctora Ellie
Sanders, pero el hierático e inteligente Duncan Carlisle no es malo, sino
maldito. Por eso “Rehenes” se parará cuando se agote la cuerda del guion. Y Ray
Donovan, el solucionador de problemas de la serie que lleva su nombre (Canal+),
es también un maldito, pero su padre Mickey Donovan (interpretado por el gran
Jon Voight), es un malo puro. Como ven, la cosecha de malos y malditos es
excelente. Pero, si hay que elegir, yo me quedo con Kai Proctor, el malo que
domina la ciudad de Banshee, el tío de la guapísima Rebecca, el despiadado
hombre desheredado por su familia amish que siempre lleva abrochado el primer
botón de la camisa.
Cuenta san Agustín de Hipona en sus “Confesiones” que una
vez, en su juventud, robó unas peras con sus amigos, pero no lo hizo porque
tuviera hambre, ni siquiera porque le gustara el sabor de las peras (las peras
robadas terminaron alimentando a una piara de cerdos). San Agustín concluye que
no era la fruta lo que le daba placer, sino el delito mismo: “Era el pecado lo
que daba sabor a las peras”. Como san Agustín, parece que Kai Proctor ama más el
delito que las peras robadas. Y eso convierte al señor Proctor en un malo
atractivo al que, ay, uno podría acompañar a robar peras en una aburrida tarde
de invierno en Banshee. Da un poco de miedo, ¿no?
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