Así fue “Niños robados”: todo mentira. Es la forma más rápida de dar cuenta de la miniserie que estrenó Telecinco anteanoche. Ya se sabe que estos telefilmes españoles basados en casos periodísticos de relumbrón o en personajes famosos de relumbrón son una forma de entretener a la audiencia con un bonito cuento que no se atiene a los hechos porque lo que interesa es que también la historia sea de relumbrón.
A ver, habrá quien diga que “Niños robados” es una TV movie con una calidad que está muy
por encima de lo que por desgracia nos tiene acostumbrados en este género. Es cierto,
pero ese era también su peligro porque uno corría el peligro de quedar mirando
boquiabierto las cosas que es capaz de hacer Telecinco y no darse cuenta de las
mentiras y engaños que encierra el producto: en realidad, la monja acusada del
robo de niños se llamaba sor María y no sor Eulalia, ese color azul del
uniforme de las monjas no lo usó nunca ninguna congregación religiosa, el
pliegue de las cofias no se recogía exactamente así en la zona de la sien, la
cajita de música que ponen al bebé estaba repintada en un color que no era el
original, el modelo de bolígrafo con el que firman uno de los talones de pago
por el bebé comprado no existía en aquella época, el parachoques del Seat 124 que hace de taxi es un añadido
posterior, el corte de pelo de una de las madres solteras engañadas no se
llevaba entonces y Emilio Gutiérrez Caba
no se parece al médico de la trama que robaba bebés. Y no sigo por no
aburrirles.
Pero también hay que ser honrados y reconocer que todo es
falso… excepto algunas cosas. La superioridad del poderoso sobre el débil era
real, el engreimiento de quien da lecciones en nombre de Dios era real, la gran
impunidad que conlleva poseer un gran poder era real. Y, no me fastidien, pero
la mirada de Blanca Portillo
interpretando a la monja que mece la cuna era real.
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