La Atenas de Pericles fue resultado de una extraordinaria mezcla de democracia
(con muchos límites), imperio y triunfo cultural. Democracia, imperio y triunfo
cultural son también las características que definen a los Estados Unidos de
América, aunque Obama no es Pericles, la democracia estadounidense no se
sostiene sobre el trabajo esclavo y permite el voto a mujeres y a ciudadanos
nacidos fuera de sus fronteras como Arnold Schwarzenegger, el imperio americano
está en decadencia pero sigue teniendo el garrote más grande y, eso sí, la
cultura norteamericana sigue asombrando, iluminando, entreteniendo y a veces
atontando al mundo. Los guionistas de “Los Simpson” no son Sófocles, pero Homer
Simpson es tan importante para nosotros como lo era para los atenienses una
representación de “Edipo Rey” en el teatro de Dionisio. Más o menos. ¿Cómo es
posible que un país capaz de producir series como “Los Simpson” o “Homeland” sea
capaz también de inspirar personajes tan absurdos e ignorantes como los que
muestra Jon Sistiaga en el documental “La América del odio” (Canal+)? La Atenas
de Pericles cometió muchos errores. Los Estados Unidos de Obama, también. ¿No
hemos aprendido nada desde los tiempos de Pericles?
El discurso racista,
xenófobo y violento de la ultraderecha estadounidense es, sobre todo, ridículo.
Ese tipo disfrazado con una sábana que dice que es gran mago del Ku-Klux-Klan, o
algo así, es tan patético como el mamarracho que se deja filmar en la habitación
de un hotel con una bandera nazi que trajo de su casa o ese pobre diablo que
dirige “Naciones Arias” desde la habitación donde duerme y hace el amor con su
mujer. Si usted está dispuesto a aguantar en “La América del odio” una hora de
sandeces racistas y paranoicas pronunciadas por un grupo de perdedores
frustrados, tiene tres opciones: enfadarse, reírse de ellos, o pasar vergüenza
ajena. Enfadarse no sirve de nada. El odio no es gracioso. Sólo queda la
vergüenza ajena. Yo pasé mucha vergüenza ajena viendo “La América del odio”
porque las aberraciones racistas y las teorías conspiranoicas que defienden el
Ku-Klux-Klan, Naciones Arias o el Movimiento Nacional Socialista me duelen. El
Ku-Klux-Klan me produce vergüenza ajena. Es el Tea Party lo que me da miedo. Es
la ultraderecha con corbata la que me aterroriza. Esa es la América del odio que
hiela el corazón.
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