Tarde del miércoles, exposición de trofeos en la tarima de “Sálvame”. Diecinueve seres humanos aparcados en batería para que se les vea bien, cada uno con el problema que les llevó hasta allí colgando del cuello para que todos los espectadores podamos echarnos las manos en la cabeza. El público puede escoger entre compadecerse o hacer escarnio público de la vida pecadora que llevan y el castigo que cargan. El delito está bien visible, pero les piden que lo digan en voz alta: 100, 112, 120, 125, 140 kilos.
No es nada nuevo. El recurso al escarnio público ya lo usaba
la Iglesia Católica y la Inquisición exhibiendo a los pecadores vestidos con un
capirote y un sambenito que avisaba de la gravedad de los pecados cometidos, lo
que servía para marginar socialmente tanto a los penitentes como a sus
familiares. En la Revolución Cultural china era habitual que los represaliados
fueran expuestos a la multitud mostrando en un dazibao sus pecados
contrarrevolucionarios. Ahora la tele en directo facilita y simplifica la
tarea.
Los diecinueve pecadores más dos gemelos que no estaban en
el plató aspiraban a ser elegidos concursantes de “No seas pesado”, un reality sobre pérdida de peso que será
una sección de “Abre los ojos… y mira”, el programa que mañana sustituirá a “El
gran debate”. Durante media hora Jorge
Javier Vázquez, como anfitrión, y Emma
García, como presentadora del invento, jugaron un rato con ellos al gato y
el ratón mientras elegían a once y otros once eran devueltos a sus casitas. Una
eliminada, con el acusador “123 kilos” al cuello, se quejó de que la hubieran
expuesto allí para nada: ahora debía volver al barrio a que se rieran de ella
más de lo que ya hacían, dijo. El programa concluyó que era una mala perdedora
que no se quejó del procedimiento hasta que fue eliminada. Y es cierto: el que
quiera tratos con la telebasura debe saber que, antes que nada, tiene que pasar
por el aro que establece el poderoso y acceder a que le traten como basura.
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