Sereno, con la mirada resuelta y como un solo hombre, el lunes por la noche me senté frente a la tele, sintonicé laSexta para ver el regreso tras el verano de “El intermedio”, visité su página web para conocer los cambios de la nueva temporada, cogí una libretina y un boli para apuntar lo que el programa iba dando de sí, y esperé a que el “Ya conocen las noticias, ahora les contaremos la verdad” avisara de que el espacio había empezado.
Pues nada. Aquello no sirvió para nada porque en cuanto
probé el primer bocado me puse a tragar como loco, a comer sin paladear, a
engullir como un enfermo y no paré hasta que terminó el programa. No me fijé en
si los guionistas venían un poco fríos y había que pasar los chistes un poco
más por el microondas. No reparé en si el equipo había perdido compenetración
tras tantas semanas de vacaciones y los ingredientes no habían ligado bien. No
aprecié si el jefe del local, Wyoming,
lo tenía todo bien controlado y servía los platos en su punto de sal y
pimienta. Ni siquiera recorté los anuncios con el cuchillo y los aparté a una
orilla para echárselos al perro. Lo devoré todo como quien lleva dos meses sin
probar bocado y lo primero que se zampa es uno de sus platos favoritos. Todo ‘p’adentro’. Y allá que fue todo.
Sí que vi el guiño inicial a “Juego de tronos”, pero lo pasé
sin masticar. Agradecí los grandes tropezones que traía el repaso a lo que dio
de sí el caso Bárcenas en verano, pero los tragué enteros. Las referencias al
reciente a los discos duros extrañamente dañados por los últimos coletazos del
“Efecto 2000”
o las transferencias del rey a su hija serían bocatto di cardinale, pero los tragué tan rápido que no aprecié
nada. Ni paladeé los montajes ni degusté los juegos de palabras. Si en vez de
hambre hubiera tenido solo apetito, habría podido poner mi paladar audiovisual
a trabajar, pero así fue imposible. Así que esta birria es la crítica de hoy:
del regreso de “El intermedio” no dejé ni las raspas.
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