La presentación de ciudades candidatas a acoger los Juegos
Olímpicos debe ser deporte olímpico. El dispendio que hacemos cada cuatro años
para promocionar la candidatura de Madrid debe rentabilizarse mejor. Hay que
aprovechar sinergias, aumentar la emoción, mejorar el medallero y ganar
espectacularidad, a ver si se creen que aquí no manejamos la jerga habitual de
este negocio.
Los integrantes de cada delegación deben federarse en este
nuevo deporte, seleccionarse para competir gracias a las marcas obtenidas en pruebas
oficiales y desfilar en la ceremonia de inauguración detrás del abanderado de
cada país. Luego competirán como cualquier otro deporte, con su equipación
específica de vídeos promocionales, respaldo público refrendado por encuestas de
calle debidamente filtradas, masa de voluntarios fanatizados, apoyo de figuras
de relumbrón con todos los gastos pagados, logotipos renovados en cada prueba,
publirreportajes de la ciudad candidata donde se considere doping decir más de
diez veces “marco incomparable” y “donde nadie es forastero”, periodistas
supuestamente serios rompiendo el protocolo y mostrándose campechanos cual rey Juan Carlos cantando cosas como “Vente pa’ Madrid”, políticos populistas
rentabilizando la ilusión popular y cadenas de televisión intransitables con
sus parrillas puestas patas arriba para incluir programas chauvinistas que, no
importa que se trate de un “Telediario”, canten el esfuerzo desplegado,
critiquen a los demás con supuesto
buen rollo, disimulen haciendo parecer que no se trata de ganar porque lo importante es participar, exhiban un triunfalismo visceral que entretenga al pueblo pero entreverado de un victimismo sutil para preparar la derrota en el que se denuncie que hay quienes nos quieren mal llevados por intereses espurios que pueden hacer mucho daño. Todo ello bajo el escrutinio de un equipo de jueces y árbitros escogidos entre una élite de privilegiados que recibirán regalos a mansalva y serán tratados como reyes de los de antes (y de los de ahora, a quién vamos a engañar).
buen rollo, disimulen haciendo parecer que no se trata de ganar porque lo importante es participar, exhiban un triunfalismo visceral que entretenga al pueblo pero entreverado de un victimismo sutil para preparar la derrota en el que se denuncie que hay quienes nos quieren mal llevados por intereses espurios que pueden hacer mucho daño. Todo ello bajo el escrutinio de un equipo de jueces y árbitros escogidos entre una élite de privilegiados que recibirán regalos a mansalva y serán tratados como reyes de los de antes (y de los de ahora, a quién vamos a engañar).
Y que viva el deporte profesional y la tele que lo venda.
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