Después de haber puesto en el infierno todos los dolores y todos los suplicios, el hombre no ha encontrado nada que colocar en el cielo más que el aburrimiento. Esta lúcida observación del filósofo Arthur Schopenhauer puede servir para mantener ocupados a los teólogos durante unos cuantos siglos y también para entender la esencia de la programación televisiva. Ya estamos en agosto. Abandonemos toda esperanza de que los programadores inviertan un puñado de euros o unos gramos de imaginación en la ardiente parrilla veraniega.
Después de haber puesto en el invierno y en el otoño todos los estrenos y todas las novedades, los programadores televisivos no han encontrado nada que colocar en el verano más que el aburrimiento. Tanto los dolores de series magníficas como “Juego de Tronos” o “House of Cards” como los suplicios de “Gran hermano” o de “Mira quién salta” (un programa, por cierto, que no desentonaría en el mes de agosto) no son para el verano. El verano es la patria del aburrimiento televisivo. Reposiciones, repeticiones, refritos, repasos, revisiones y películas. También algún estrenito, pero muy ligero, muy barato y muy refrescante, signifique lo que signifique “refrescante”. No sé si “Campamento de verano” (Telecinco, claro) entra en la categoría de “programa refrescante”, pero “Isabel” (La 1) es un ejemplo de reposición que implica una repetición de la lucha de Isabel en busca del trono de Castilla que consiste en un refrito de las intrigas políticas que ya repasamos y que permite una revisión en pantalón corto y con la ventana del salón abierta de la historia de España. Los dolores y suplicios de la joven Isabel son un poquito más aburridos en verano, pero así es el mundo televisivo. Veremos la segunda temporada de “Isabel”, ya casada con Fernando, con la ventana del salón cerrada porque empieza a hacer fresquito.
Emilio, el joven protagonista del ensayo de Rousseau sobre la educación, estudia geometría no probando teoremas, sino calculando en qué ángulo debe colocarse la escalera para alcanzar las cerezas en el árbol. Los espectadores también podemos estudiar historia calculando un poco aburridos en qué ángulo del palacio debe colocarse Isabel para alcanzar las cerezas del poder.
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