Los audímetros se confunden. La ficción más vista del domingo pasado no fue la película de la semana de La 1 (ejem...) ni el peliculón de Antena 3 (ejem, ejem...). Cualquiera que haya paseado un ratito por los bares y las redes sociales de nuestra patria virtual se habrá dado perfecta cuenta de que el programa de ficción más visto por los españoles durante ese día fue el estreno de los capítulos finales de “Breaking bad”. ¿En qué cadena se emitió ese nuevo capítulo de las des(a)venturas de Walter White? ¿En Telecinco? No, en la cadena estadounidense AMC. ¿Acaso se puede sintonizar la AMC en España, se ve en la TDT, hay alguna plataforma de pago que la incluya en sus paquetes? No, la AMC no se ve en España, pero sus series se ven constantemente desde San Andrés de Teixido hasta La Línea de la Concepción. En nuestro país se emitió el domingo “Soul surfer” y “El último samurái”, pero nadie hablaba al día siguiente de Bethany Hamilton ni de Nathan Algren. En nuestro país no se emitió el domingo el capítulo 9 de la T5 de “Breaking bad”, pero todos comentaban al día siguiente el hostión que Hank Schrader le metió al puto Heisenberg en su garaje.
¿Cuánto tiempo tardarán los publicistas, los directivos de televisión, los medidores de audiencias en darse cuenta de que todo su mundo se ha venido abajo? El consumo mayoritario de ficción televisiva al margen de su emisión habitual programada por sus correspondientes canales debería ser un bombazo vital para el mundo de la televisión mayor que el sufrido por Walter White al descubrir que tiene cáncer. No recomiendo que Paolo Vasile, José Manuel Lara o Ignacio Corrales se dediquen a cocinar metanfetamina azul en medio del desierto de Nuevo México, pero, carajo, sí que se planteen la conveniencia de rompe
r con todo, o, por lo menos, con la forma en como miden las audiencias de sus programas. No se están enterando de nada. Deberían recordar el nombre de Heisenberg, porque él es el peligro.
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