Quien dice que la tele es un espejo neutro que solo muestra
lo que hay sin interferir en nada debería fijarse en quien coloca el espejo y
sus manejos. No hace falta recurrir a Sheldon
Cooper para que nos explique el principio de indeterminación y encierre al
gato de Schrödinger en su caja a
veces mortal y a veces inofensiva. Basta con darse cuenta de que si queremos
medir la temperatura de un vaso de agua metiendo un termómetro, éste debería
estar previamente a la temperatura del vaso para no alterar la medición.
¿Está
la tele a la temperatura del mundo que nos enseña o la cambia según le conviene?
Hace unos días, el helicóptero de TVE tiró a la cuneta a
tres corredores de la Vuelta ciclista a Burgos. Los 314.000 espectadores que
veían entonces Teledeporte no vieron a tres ciclistas pedaleando sino a tres
tíos cabreados farfullando y agitando el brazo hacia arriba. Pero el vendaval
televisivo sopla en todas direcciones y también nos tira a nosotros. Por
ejemplo, al sofá.
Decía Eva Hache en “El club de la comedia” (noche del domingo en laSexta) que los ciclistas son
unos señores que hacen cientos de kilómetros en bici en esas tardes de calor
horroroso para que nosotros podamos dormir tranquilamente la siesta. Todo un
detalle por su parte y por parte de la tele que nos trae el escaparate a casa
para que podamos mirar. Atravesar el escaparate y ser nosotros los que
cambiemos lo que hay al otro lado del espejo es otro cantar. La famosa, exitosa
y millonaria presentadora estadounidense Oprah
Winfrey entró estos días en una tienda de lujo suiza en la que además de no
conocerla piensan que una persona de color no puede ser rica, y se negaron a
enseñarle un bolso. “No, es demasiado
caro”, tuvieron el valor de decirle. Así están las cosas. Ella podía mirar
el escaparate, pero no tocar. También nosotros podemos ver la tele, pero no
tocar mientras el viento nos arroja a la cuneta. Apliquémonos el cuento y
agitemos el brazo hacia arriba.
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