Hagamos un experimento. Yo le voy a contar una noticia televisiva que ha saltado recientemente a los medios. Si usted no la conocía y la descubre al leerla ahora, por favor, dígame qué es lo primero que se le ha venido a la cabeza. Si usted ya la conocía, por favor, dígame qué fue lo primero que se le ocurrió cuando se enteró. Lea el siguiente entrecomillado. Deténgase a su término. ¿Preparado? Ahí va: “La nueva temporada de ‘El hormiguero’ contará con la colaboración de la madre de Pablo Motos, la Amelia, que tendrá una sección telefónica cada semana”. Hasta aquí. Respire profundamente cinco o seis veces y dígame qué se le ha ocurrido.
Le propongo esta experiencia porque a las tres personas a las que se lo conté se les ocurrió el mismo comentario, que también se me ocurrió a mí cuando leí la noticia: ¿La madre de Pablo Motos en “El hormiguero”? ¿Por teléfono? Nah, seguro que es el propio Motos haciéndose pasar por su madre. Rollo “Psicosis”. ¿También lo pensó usted? Levante la mano, ponga comentarios en la red... no sé... salúdeme por la calle. Antena 3 convertido en un caserón tenebroso, Pablo hablando con su madre... Cadáveres de hormigas de peluche apuñaladas en la ducha... Y al final una habitación con una silla de espaldas en la que parece estar la Amelia, hasta que se da la vuelta mostrando un esqueleto vestido, y Motos, igualmente vestido y empelucado, irrumpe de la nada cuchillo en mano hasta que Wyoming le agarra por el brazo y le obliga a soltarlo.
El psicoanalista suizo Carl Jung aseguraba que necesariamente han de contener altas dosis de realidad aquellas asociaciones libres e imágenes aparentemente gratuitas que sin embargo se repiten una y otra vez en todo tipo de personas y culturas. Si este experimento ha dado el resultado que yo aventuro, usted quizá haya pensado en Alfred Hitchcock cuando se enteró de que la madre de Motos participaría en “El Hormiguero”. Todos llevamos a Trancas y Barrancas, a Norman Bates y al inquietante pequeño Barbarroja en nuestro inconsciente colectivo.