En estos tiempos de miseria
estructural y espanto superestructural, sólo podemos agarrarnos a los dulces
movimientos de las chicas de la natación sincronizada en el Mundial de Natación
(Teledeporte y Eurosport) y a la extraña belleza de Guardiola en el banquillo del Bayern de Múnich enfrentándose al
Barça (Antena 3). Otros preferirán refugiarse en la felicidad de los duques de
Cambridge posando con su hijo a la salida del hospital Saint Mary´s de Londres
(toooooooooodos los telediarios) o en las fascinantes criaturas que habitan en
el fondo del mar más profundo (“Grandes documentales”, La 2). Es igual. Se
trata de seguir el consejo del Terminator modelo T-850 de la película
“Terminator 3: la rebelión de la máquinas”: “Vuestra
frivolidad es buena: alivia la tensión y el miedo a la muerte”.
Las chicas de la
natación sincronizada entrenan muchas horas, el corazón del Guardiola alemán
tiene razones que la razón no entiende, Catalina y Guillermo saben que su hijo es una
estrella del pop desde antes de nacer y los pepinos de mar se buscan la vida
como pueden. Ni las nadadoras, ni el entrenador, ni los duques, ni los pepinos
de mar son frívolos, pero los espectadores sí lo somos cuando nos sentamos
delante del televisor con intención de olvidar el careto de Jaume Matas a golpe de movimientos sincronizados, banquillos, bebés y criaturas raras. Y la frivolidad es buena
porque lo dice Terminator, entre
cuyas subrutinas figura la psicología básica. Es cierto que Terminator también
le dice al joven John Connor que la
ira es más útil que la desesperación, de forma que arrojar el mando a distancia
al careto de Jaume Matas o al careto de Ana
Mato, esa ministra que pretende frenar el acceso de lesbianas o mujeres sin
pareja a la reproducción asistida en el sistema sanitario público, es más útil
que desesperarse con el político corrupto o la ministra indigna. Hoy prefiero
la frivolidad a la ira. Con mi pensamiento sigo el movimiento de Ona Carbonell y de los peces en el
agua. Un día más me quedaré aquí, en la penumbra de un jardín tan extraño,
dibujando una elipse entre el sol y mi corazón. Soy metálico, en el Jardín
Botánico.
Pero puede que
mañana, sin Ona, sin el pez pepino y sin “Radio futura”, la ira venza a la
frivolidad. Es psicología metálica básica.
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