El bebé real de la familia real de la monarquía británica sí es noticia. Una noticia como la copa de un pino. Es noticia como lo son todos los bebés reales de todas las monarquías que inexplicablemente aún quedan en el mundo. Lo es porque tiene un profundo significado político que afecta a su país, a sus socios, a sus amigos y a sus enemigos. Esto no tiene nada que ver con que a uno como telespectador o como periodista televisivo le interese la política o no, sea monárquico o no, o le gusten los cotilleos o no. Es que es una noticia mundial, y punto.
Pues hay quien no lo tiene claro. En medio del inmenso
despliegue que se formó para seguir el nacimiento del nuevo heredero, el
corresponsal de BBC, Simon McCoy, salió
por la tangente afirmando el bebé real no es noticia. No nos confundamos. Una
cosa es que uno esté harto de cotilleos, de monarquías y de cotilleos sobre las
monarquías, y otra cosa es decir “Nada de
esto es noticia” sin darse cuenta de que un aspecto fundamental y
escandalosamente ridículo de la monarquía es precisamente que el nacimiento de
un bebé posea un profundo significado político.
En realidad, en los telediarios cuentan pocas noticias
reales porque aplican a las familias reales un erróneo concepto de intimidad.
Usted y yo podemos tener intimidad si nos da por ahí, pero ellas no. La diarrea
de un rey no es como la diarrea de un súbdito. La fisiología, la anatomía, la
histología, la biología celular y todos los procesos metabólicos de los
miembros de las familias reales deberían ser revelados a diario porque afectan
a todos. La BBC debería contar si el bebé real ha superado bien todas las
pruebas médicas, cómo come, si duerme bien, si tiene gases, si toma leche
materna, en qué lugar del percentil se encuentra. Los súbditos deben saber si
van a ser heredados por un rey sano y fuerte que pueda engendrar herederos
fuertes y sanos que puedan perpetuar una generación más un sistema político intrínsecamente
desigual e injusto.
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