26/6/13

PROTÉGENOS, SEÑOR

Los vikingos de la serie “Vikingos” (TNT) no parecen recién salidos de una ópera de Verdi, no tienen nada que ver con los entrañables personajes de “Vickie el vikingo” o las desternillantes tiras cómicas protagonizadas por Olafo, y el granjero Ragnar que decide arriesgarse en una aventura hacia el oeste no se parece en nada al rey Ragnar encarnado por Ernst Borgnine en la película “Los vikingos”. Correcto. “Vikingos” no es una ópera, ni una serie de dibujos animados, ni una tira cómica, ni una película de aventuras protagonizada por Kirk Douglas. “Vikingos” es una serie de televisión creada por Michael Hirst, guionista de “Los Tudor”, que embarca al espectador en una aventura brutal en busca del oeste inexplorado. Eso sí, sin cuernos en los cascos.

Aunque los vikingos no formaron siempre un Estado único (más bien al contrario) y no se autodenominaban “vikingos” a la manera de, por ejemplo, los “romanos”, desde los primeros momentos fueron temidos porque irrumpieron en el mundo a golpe de hacha y no respetaron las propiedades de la iglesia ni, mucho menos,  a sus representantes. Por eso se toma como referencia, al hablar del comienzo de la “época vikinga”, el saqueo del  monasterio de Lindisfarne (en la costa oriental de Inglaterra) en el año 793. La noticia del ataque, que incluyó el robo de reliquias, asesinato y rapto de monjes, se extendió por todo el mundo conocido. De modo que, al igual que ocurrió con Atila y los hunos, la fama de los vikingos les precedía y ellos estaban encantados: su mala fama era buena para el negocio. En “Vikingos” acompañamos a Ragnar y sus hombres en el saqueo del monasterio de Lindisfarne, y así entendemos la famosa plegaria medieval: “A furore normannorum libera nos, Domine”. O sea, “Protégenos, oh, Señor, de la ira de los hombres del norte”. Pero no fue la ira lo que movió a los hombres del norte a arrasar un inocente monasterio, sino la necesidad, el comercio (a veces negociado, otras veces violento), el botín. O, si hacemos caso al Ragnar de “Vikingos”, la curiosidad, la ambición, las ganas de prosperar, aunque eso significara enfrentarse al poderoso “conde” Haraldson, que prefiere enviar a sus guerreros hacia el este antes que arriesgarse y mirar hacia el oeste. Sea como sea, protégenos, Señor, de las hachas de los emprendedores del norte y de los mercados financieros.

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