Los vikingos de la serie “Vikingos” (TNT) no parecen recién salidos de una ópera
de Verdi, no tienen nada que ver con los entrañables personajes de “Vickie el
vikingo” o las desternillantes tiras cómicas protagonizadas por Olafo, y el
granjero Ragnar que decide arriesgarse en una aventura hacia el oeste no se
parece en nada al rey Ragnar encarnado por Ernst Borgnine en la película “Los
vikingos”. Correcto. “Vikingos” no es una ópera, ni una serie de dibujos
animados, ni una tira cómica, ni una película de aventuras protagonizada por
Kirk Douglas. “Vikingos” es una serie de televisión creada por Michael Hirst,
guionista de “Los Tudor”, que embarca al espectador en una aventura brutal en
busca del oeste inexplorado. Eso sí, sin cuernos en los cascos.
Aunque los
vikingos no formaron siempre un Estado único (más bien al contrario) y no se
autodenominaban “vikingos” a la manera de, por ejemplo, los “romanos”, desde los
primeros momentos fueron temidos porque irrumpieron en el mundo a golpe de hacha
y no respetaron las propiedades de la iglesia ni, mucho menos, a sus
representantes. Por eso se toma como referencia, al hablar del comienzo de la
“época vikinga”, el saqueo del monasterio de Lindisfarne (en la costa oriental
de Inglaterra) en el año 793. La noticia del ataque, que incluyó el robo de
reliquias, asesinato y rapto de monjes, se extendió por todo el mundo conocido.
De modo que, al igual que ocurrió con Atila y los hunos, la fama de los vikingos
les precedía y ellos estaban encantados: su mala fama era buena para el negocio.
En “Vikingos” acompañamos a Ragnar y sus hombres en el saqueo del monasterio de
Lindisfarne, y así entendemos la famosa plegaria medieval: “A furore normannorum
libera nos, Domine”. O sea, “Protégenos, oh, Señor, de la ira de los hombres del
norte”. Pero no fue la ira lo que movió a los hombres del norte a arrasar un
inocente monasterio, sino la necesidad, el comercio (a veces negociado, otras
veces violento), el botín. O, si hacemos caso al Ragnar de “Vikingos”, la
curiosidad, la ambición, las ganas de prosperar, aunque eso significara
enfrentarse al poderoso “conde” Haraldson, que prefiere enviar a sus guerreros
hacia el este antes que arriesgarse y mirar hacia el oeste. Sea como sea,
protégenos, Señor, de las hachas de los emprendedores del norte y de los
mercados financieros.
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