No se trata de que me haya
gustado o no (que me gustó), se trata de que “Carta a Eva” es un producto bien
hecho. No se trata de que tenga más audiencia o menos (que tuvo mucha), se
trata de que quien siguió esta miniserie no perdió el tiempo y quedó con ganas
de más. No se trata de que sea una miniserie valiosa por estar “basada en
hechos reales” (que lo está), se trata de que reconstruye una triste época de
la historia de España -el franquismo- que debemos recordar después de tanta
transición sublimada y tanta hagiografía real idealizada en otras miniseries. No
se trata de que sea un producto de ficción nacional que anima nuestra
necesitada industria audiovisual (que lo es), se trata de que no es una de esas
ficciones nacionales que te hace salir corriendo a refugiarte en los brazos de
la ficción extranjera. No se trata de que esté dignamente coproducido por
nuestra televisión pública (que lo está), se trata de que es un producto que
justifica la existencia de una tele pública en estos tiempos difíciles (la
última: el día que todos informativos nacionales abrieron con el desplante de
los premios nacionales fin de carrera al ministro de Educación, el “Telediario”
de TVE ni lo nombró. Tal vez pensaran que unos estudiantes enfadados con Wert no es noticia, como tampoco lo es
que un perro muerda a un hombre; otra cosa sería el notición de que un hombre
mordiera a un perro o los estudiantes se alegraran de ver al ministro).
Así que la noche del jueves de
las dos últimas semanas vimos en “Carta a Eva” una serie de calidad que,
ambientada en la visita de Eva Perón
a la España de 1947, retrata la relación entre Franco y Perón a través
del choque de trenes que supuso el encuentro de sus mujeres. Les resumo esta
relación con un chiste que mi padre lleva contando 60 años: en aquellos años de
hambre, Franco le envía a Perón una mandarina (“Manda harina”) y éste le remite una pera (“Espera”). La versión larga contiene más emoción, intriga y dolor
de barriga, claro. Háganse un regalo y entren a verla en la web de TVE.
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