Decía Adam Smith que no disponemos de pan, cerveza y carne gracias a la benevolencia del panadero, el cervecero y el carnicero, sino gracias a que estos buscan su propio interés. O sea, que el mercado nos abastece y funciona armoniosamente sin necesidad de que nadie intervenga ni lo regule desde fuera.
¿Y qué pasa con los informativos, espacios de investigación,
programas de debate, secciones de análisis político y espacios de humor que últimamente
proliferan y triunfan en todas las cadenas abasteciéndose de los sonados casos
de corrupción que van destapándose? ¿Disponen de estos casos redondos como una
hogaza, espumosos como una pinta y nutritivos como un chuletón gracias a la
malevolencia de los corruptos? En buena lógica, no: no es gracias a la
malevolencia de los corruptos por lo que la tele se mantiene bien abastecida,
sino gracias a que estos buscan su propio interés.
Y ahora ya solo falta buscar cómo surge de aquí un mercado
armonioso que no necesite ninguna intervención ni regulación externa para que nazca
el liberalismo televisivo. A ver así: Los corruptos funcionan como beneficiosos
acumuladores de recursos económicos. Ellos roban por su propio interés, es
cierto, pero lo hacen aprovechándose de la abundancia de recursos, de modo que
cuando cambia el ciclo económico y son descubiertos, proporcionan generosamente
pan, cerveza y carne al mercado. En efecto, el descubrimiento de los casos de corrupción,
su investigación y los largos procesos judiciales, generan un beneficioso incremento
en la actividad televisiva que reactiva la economía audiovisual y permite que tengan
audiencia, y por tanto, generen ganancias que revierten en toda la sociedad, tanto
informativos como espacios de investigación, programas de debate, secciones de
análisis político y espacios de humor.
Pone uno la tele estos días y, mientras recorre los canales
y se encuentra en todos la misma noticia bomba, no puede evitar pensar lo
divertido que resulta el liberalismo televisivo. Otra cosa es lo que piensen Cristina Borbón y su familia.
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