Se hace necesario analizar la retransmisión televisiva del último mensaje institucional de Su Excelencia don Iñaki Urdangarín. Un análisis que desvele sus claves y permita a los españoles entender su profundo significado de forma desapasionada y objetiva.
El escenario escogido para el mensaje anual de Urdangarín ha
sido el mismo que el año pasado: la rampa de acceso a los juzgados de Palma.
Esto le permitió mostrarse como una figura campechana y próxima a los plebeyos,
que pudimos, así, acercarnos a él hasta donde permitía el cordón de seguridad
policial. Un detalle especialmente valorado ha sido que, como uno más, ha
compartido las duras condiciones meteorológicas con quienes esperaban su
llegada. Urdangarín llegó incluso a bajar la rampa por su propio pie,
adelantando las piernas de forma coordinada y alternativa con la intención de
recordarnos que España debe apoyarse tanto en la institución monárquica como en
el trabajo del pueblo si queremos avanzar con paso firme hacia un futuro mejor.
Mientras avanzaba, miró hacia el suelo indicando que no
debemos olvidar quiénes somos, hacia arriba mostrando la necesidad de un
proyecto común ilusionante, y hacia los lados para señalar que debemos marchar
unidos. Llevaba ropa de abrigo para recordarnos que hemos de protegernos de los
peligros que nos acechan, pero con la cara descubierta para subrayar lo
importante que es arrostrar con fortaleza y serenidad los golpes y dardos del
destino.
Pero lo más novedoso del mensaje de este año fue que
Urdangarín optó por ser menos prolijo que el año pasado. Durante el fin de
semana todas las cadenas multidifundieron sus palabras, contenidas pero exactas
y capaces de condensar la hondura de todo lo que quería transmitirnos en estos
momentos de zozobra. En una clara muestra de apoyo a las instituciones, la
Constitución, y la democracia, dijo: “Qué
tal, buenos días”. Qué tío.
Eres un genio. De verdad.
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