(Esta entrada ha sido escrita en colaboración con Hans Christian Andersen)
Hace mucho mucho tiempo, en un país muuuy lejano, un emperador
estaba preocupado porque sus súbditos no apreciábanle ya como habían hecho a lo
largo de su mandato. Ese año había habido ciertos entuertos con miembros de su
familia y el emperador había sido sorprendido folgando en demasía en tiempos en
los que el pueblo lo pasaba mal. Así que intentaba mejorar su imagen, mostrarse
de una forma que le ganase de nuevo el cariño de sus súbditos. Presentóse
entonces en palacio un periodista muy afamado, un viejo entrevistador
excelentemente acreditado, y ofrecióle al monarca una entrevista excelsa, un
retrato y una glosa dialogada de sus virtudes tal que todo aquél que la viere
apoyaría sin fisuras la causa del emperador. Advirtióle, eso sí, que la
entrevista sería mágica y tan prodigiosa que nadie que no fuera profundamente monárquico podría apreciarla. El emperador, escuchando a sus consejeros, aceptó la oferta del charlatán. Concertóse tal entrevista y emplazóse al pueblo en los jardines
del palacio para escucharla.
El presentador parloteaba, parloteaba y parloteaba sin que el
emperador se atreviera a interrumpirle. No viéndole ningún sentido a nada de lo
que se decía allí, disimulaba su extrañeza por miedo a delatarse como un
gobernante que sabe que la monarquía es un timo. Cuando llegaba su turno,
igualmente el monarca parloteaba banalidades, titubeaba, encajaba necedades
rimbombantes que le habían escrito sus asesores. Muchos de los periodistas que
encontrábanse allí hacían sus crónicas alabando la entrevista y dando volumen en
sus análisis a trivialidades irrelevantes para quedar a salvo de toda sospecha acerca de su comprensión de la charla.
Y entonces un niño, espontáneo y harto de la farsa, levantóse
entre la multitud y gritó sonoramente: "¡Esto no es una entrevista! ¡Esto es una
estafa y una tomadura de pelo!". El comentario se extendió entre los presentes,
y el emperador y el entrevistador, ante el malestar y la agitación que empezaban
a manifestarse en los jardines, corrieron a refugiarse en palacio.
Manuel Tirado, no te vamos a leer, y menos con estos métodos. No te molestes.
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