Gracias a la educación hipnopédica recibida durante el
sueño, todos los felices habitantes del mundo feliz de Aldous Huxley saben que si algo se rompe o estropea es mejor echarlo
a la basura que repararlo. Los vestidos, por ejemplo.
- Tirarlos es mejor
que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor…
En los programas de telerrealidad se portan mejor con sus
juguetes que Lelina Crown con su
ropa. Ya están preparando la próxima edición de “Gran hermano” y solo se
preocupan por gilipolleces como cambiar el ojo del logotipo o la grafía de la
marca registrada. Están tranquilos porque saben que lo fundamental, la participación
de concursantes con los que alimentar al monstruo, está garantizada. No es para
menos: un juguete roto (por muy roto que esté y por muy mal que haya ido su
carrera hacia la vacuidad de “la vida famosa es la vida mejor”) nunca se tira
sin haberle echado al menos un par de remiendos en horario de máxima audiencia.
Cualquier aspirante a famoso del próximo “Gran hermano” sabe
que nunca será olvidado con desconsideración. Cuando su breve fama haya
terminado sin haber logrado consolidar una envidiable carrera como aguerrido
contertulio en programas de cotilleos, como pizpireto presentador en el call TV de una cadena local o como
heroico animal de feria en el circuito de discotecas de extrarradio, aún podrá
volver a brillar una última vez. La telebasura no tira al vertedero sus
juguetes rotos así como así. No sin antes haberles exprimido una última vez
contando sus desgracias, no sin haber jugueteado una última vez con sus
guiñapos, no sin permitirles que el brillo de la fama se refleje en su rostro
por última vez antes de pudrirse en el olvido.
En un año tres exconcursantes de “Gran hermano” han contado
sus cuitas económicas y personales a Telecinco. Si se calienta más la caldera,
la ceniza puede volver a arder. Todos contentos: la cadena mueve sus turbinas y
el juguete roto vuelve a casa caliente con un remiendo en el bolsillo. Los
despedidos de Telemadrid no tendrán esa suerte.
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