La cosa se pone seria. “Pesadilla en la cocina” (noche de
los jueves en laSexta) puede ser solo un programa de televisión o puede ser
algo más: un ensayo del mundo futuro, una pesadilla de lo que nos espera, una
distopía en la cocina. Alberto Chicote no sería entonces un asesor más
de los muchos que pululan por la tele dando consejos a cantantes consentidos,
padres con niños consentidos y propietarios de perros consentidos: sería un
mensajero del futuro que, en vez de traernos lejía con oxiaction, nos trae una
nueva versión psicodélica de los uniformes de “Star Trek” y una ventana a un
futuro televisivo ultrameganeoliberal.
“Pesadilla en la cocina” funciona. A la gente le gusta y lo
ve porque satisface una demanda social: informa del estado higiénico en que se
hallan nuestros restaurantes. Eliminemos, entonces, la costosa inspección
sanitaria y dejemos que sea la tele la que ofrezca el servicio y genere empleo
creando exitosos programas televisivos. Y lo mismo puede hacerse con el resto
de los servicios. Eliminemos los impuestos, el Estado bienestar, el Estado del
medioestar y el Estado en general, y confiemos en los índices de
audiencia.
Sin impuestos, cada persona tendría que asumir la educación
de sus hijos… o no: podría acudir a programas televisivos como “Curso de 63” , de gran éxito entre el
público adolescente. Y a quien no dé juego en pantalla, se le expulsa al
mercado laboral para que espabile. Los médicos siempre dieron bien en pantalla,
así que también triunfarían los programas sobre hospitales y centros sanitarios
que curarían a los enfermos que más suben la audiencia. Y así todo. Inspección
fiscal televisiva. Policía televisiva. Justicia televisiva. Democracia
televisiva. A ver por qué la tele iba a tener que limitarse a enseñar a cantar
al que no sabe y a limpiar la cocina a los guarros para que den de comer al
hambriento. La tímida televisión asistencial del pasado ha muerto. La nueva
tele eliminará todos los gastos sociales y dinamizará la economía. Y para los
excluidos, telemaratones a montones.
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