El fin de la televisión pública nunca debe ser transformar a
los ciudadanos en buenos espectadores, sino transformar a los espectadores en
buenos ciudadanos. Es algo más que un juego de palabras. La tele pública nunca
debe ser un fin en sí misma, no debe buscar espectadores sin más solo para
justificar su propia existencia, debe ofrecer un servicio público que en muchas
ocasiones pasa por animar al espectador a dejar de ser un mero espectador, a
apagar la tele para convertirse en protagonista y participar en la vida
haciendo algo más que zapping.
“La mitad invisible” (sábados, a las 8 de la tarde, en La 2)
es un perfecto ejemplo de esta paradójica función de la tele pública. Desde
hace tres hermosas temporadas, cada semana se dedica a un cuadro, un libro, una
escultura, una canción, una película, un artista, una obra de arte que tenemos
al alcance de la mano. Y cada semana nos tienta para que apaguemos la tele,
abandonemos el letargo y paladeemos lo mucho que la vida y el arte nos ofrecen:
la escultura del Doncel de Sigüenza, la Alhambra, el poema “Espacio” de Juan Ramón Jiménez, el teatro romano de
Mérida, “Las Meninas”, “La vida es sueño”, el “Mediterráneo” de Serrat, el monólogo sobre la guerra de Gila…
Cada sábado el dios de las televisiones se muestra magnánimo y nos
permite ver al gran Juan Carlos Ortega
presentar “La mitad invisible”. La envidia es un pecado feo, pero solo somos seres
humanos: nos apetece darle un codazo a Ortega para ocupar su lugar y ver en
vivo y en directo lo mismo que él vive y ve con ojos como platos. Es el “efecto
Labordeta” (quién no sintió, viendo “Un país en la mochila”, el irrefrenable
impulso de sustituir al insustituible José
Antonio Labordeta). Afortunadamente, hay solución. Solo tenemos que esperar
a que acabe la emisión para ir al libro, la canción o el teléfono (no para
llamar a Gila, ojalá pudiéramos) y llamar a los amigos con los que visitar ese
lugar, esa obra de arte, esa parte de la vida de la que acabamos de conocer su
mitad invisible. Y ser, así, Juan Carlos Ortega.
Es una manera de verlo. En mi pueblo se dice que quien de lejos lo parece, de cerca... Aún recuerdo lo que decía de él en radio nacional su "compañero" Iñigo. Una pena.
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