Eugenio D’Ors,
lúcido y contundente, comprimió en una frase mínima la máxima que debe guiar
una vida prudente. Platón debería haberla grabado a la entrada de su Academia
si en vez de buscar la sabiduría hubiera buscado la prudencia: “Los experimentos, con gaseosa”. Pero
pone uno la tele en la sobremesa, aprieta el botón seis y comprueba que hay que
actualizarla.
Hace apenas un mes ironizábamos por aquí sobre la aparición
de “Baby Sálvame”, un nuevo programa para los niños que en un futuro verán
“Sálvame”. Un “Mi primer Sálvame” en el que los peques se fueran acostumbrando
al chismorreo, al comadreo, al cotilleo, al chisme, al despelleje, a vincular
el noble acto de sentarse a ver la tele con el constante y repetitivo revoloteo
circular sobre esas flores que crecen en lo más mezquino de la crónica social,
ese colorido sucedáneo de noticias que exudan “los famosos” que, si ellos lo
dicen, serán flores, pero huelen a mierda.
¡Zas!, en toda la boca. Desde la semana pasada, de lunes a
viernes, laSexta emite “Alguien tenía que decirlo”. Media tarde olfateando las
no-noticias de los famosos. Media tarde a la mierda. No han creado el “Sálvame
de los Jóvenes Castores”, pero casi. Es el espacio que trasformará a la
muchachada que por la mañana tuvo clase en el instituto o la facultad en
futuros consumidores de “Sálvame” y similares. “Alguien tenía que decirlo” será
de mucho jijí jajá, pero sobre los famosos; será muy cañero, pero sobre los
famosos; será muy dinámico, interactivo, juvenil, multimedia y lo que quieran,
pero sobre los famosos. En su día “El informal” te obligaba a estar informado,
siquiera un poco, para poder lograr cierta complicidad y reírte con él. El
tributo que hay que pagar ahora para alcanzar esa complicidad y reírse con
“Alguien tenía que decirlo” es demasiado alto.
¿“Baby Sálvame”? Ostras, Pedrín: las ironías, con gaseosa.
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